Tiene nombre de robot de la
Guerra de las Galaxias, pero al parecer es la más novedosa versión de la
Máquina de la Verdad esa que fue famosa en la tele de los primeros años 90, o
con el polígrafo al que de cuando en cuando se someten los tertulianos de
Sálvame. Pero es otra cosa. De hecho, se está pensando en aplicarla al asesino
de Marta del Castillo para averiguar de una vez, después de cinco años, dónde
está enterrado el cuerpo de la desafortunada joven.
A decir de
los expertos, la P-300 es más que fiable. Se basa en colocar un casco a la
persona en cuestión, e irle mostrando imágenes para medir las variaciones en su
cerebro, según lo que vea. Y detectar así las mentiras y las verdades.
Desde que
leí la noticia, y escuché a un neurólogo explicar el proceso, se me han
ocurrido un montón de usos que darle a la maquinita. Por ejemplo, si a todos
los que se afanan estos días en darle la vuelta a las cifras del desempleo,
contando las milongas de que es el mejor dato en términos interanuales, o desde
el 2007, le colocáramos la imagen de una oficina del INEM, igual le desmontábamos
el tinglado. Y la Báñez dejaría de cantar loas a su reforma laboral viendo en
pantalla un contrato de 4 horas y doscientos euros.
La foto de
una familia aterida de frío en su casa, mostrada al ministro Soria, acabaría
con la falacia de que ha bajado la luz; los del “España va bien” se sacudirían
al ver a gente buscando comida en los contenedores; Wert quedaría con el culo
al aire tras ver las aulas abarrotadas, los comedores vacíos y los niños sin
libros. O las orquestas con la mitad de músicos y los teatros con las butacas
desocupadas.
La P300,
combinada con la imagen de un inocente sobre, sacaría los colores a más de uno.
No digo nada si en la pantalla aparecen hospitales con enfermos en los
pasillos, o jubilados contando los céntimos que les ha subido la pensión. Si
enseñamos facturas… Creo que saltaría la máquina, que echaría chispas. Y
saldría literalmente ardiendo si mostramos un túnel con una luz al final.
Todo apunta
a que es imposible engañar a la máquina, con lo que estas líneas son pura
ciencia-ficción. Ni uno sólo de nuestros gobernantes, que han hecho de la
neolengua su forma de comunicarse y de la mentira el estado habitual, dejaría
que les midiéramos las ondas del cerebro. Pero igual se aclaraban las cosas
para muchos de los que, aturdidos por el ruido, no aciertan a encontrar las
verdades. Y para los que, a fuerza de mentir, se han autoconvencido de que
tienen la razón absoluta.
También
nos ahorraríamos esos juicios interminables, años y años de investigación. La
cara de Bárcenas, el apunte contable de cualquier “preferente”, una factura
falsa y hasta un bigote, pueden desatascar los juzgados y dejarnos a todos
mucho más tranquilos.
Si
en Macondo hubieran instalado una P300, no se hubiera tardado cien años de
soledad en descifrar los pergaminos de Melquiades. Y si en España se
generalizara, nos ahorraríamos esa molesta sensación de que nos toman por
imbéciles.
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