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jueves, 6 de febrero de 2014

Desde Macondo. P-300


Tiene nombre de robot de la Guerra de las Galaxias, pero al parecer es la más novedosa versión de la Máquina de la Verdad esa que fue famosa en la tele de los primeros años 90, o con el polígrafo al que de cuando en cuando se someten los tertulianos de Sálvame. Pero es otra cosa. De hecho, se está pensando en aplicarla al asesino de Marta del Castillo para averiguar de una vez, después de cinco años, dónde está enterrado el cuerpo de la desafortunada joven.

A decir de los expertos, la P-300 es más que fiable. Se basa en colocar un casco a la persona en cuestión, e irle mostrando imágenes para medir las variaciones en su cerebro, según lo que vea. Y detectar así las mentiras y las verdades.

Desde que leí la noticia, y escuché a un neurólogo explicar el proceso, se me han ocurrido un montón de usos que darle a la maquinita. Por ejemplo, si a todos los que se afanan estos días en darle la vuelta a las cifras del desempleo, contando las milongas de que es el mejor dato en términos interanuales, o desde el 2007, le colocáramos la imagen de una oficina del INEM, igual le desmontábamos el tinglado. Y la Báñez dejaría de cantar loas a su reforma laboral viendo en pantalla un contrato de 4 horas y doscientos euros.

La foto de una familia aterida de frío en su casa, mostrada al ministro Soria, acabaría con la falacia de que ha bajado la luz; los del “España va bien” se sacudirían al ver a gente buscando comida en los contenedores; Wert quedaría con el culo al aire tras ver las aulas abarrotadas, los comedores vacíos y los niños sin libros. O las orquestas con la mitad de músicos y los teatros con las butacas desocupadas.

La P300, combinada con la imagen de un inocente sobre, sacaría los colores a más de uno. No digo nada si en la pantalla aparecen hospitales con enfermos en los pasillos, o jubilados contando los céntimos que les ha subido la pensión. Si enseñamos facturas… Creo que saltaría la máquina, que echaría chispas. Y saldría literalmente ardiendo si mostramos un túnel con una luz al final.

Todo apunta a que es imposible engañar a la máquina, con lo que estas líneas son pura ciencia-ficción. Ni uno sólo de nuestros gobernantes, que han hecho de la neolengua su forma de comunicarse y de la mentira el estado habitual, dejaría que les midiéramos las ondas del cerebro. Pero igual se aclaraban las cosas para muchos de los que, aturdidos por el ruido, no aciertan a encontrar las verdades. Y para los que, a fuerza de mentir, se han autoconvencido de que tienen la razón absoluta.

También nos ahorraríamos esos juicios interminables, años y años de investigación. La cara de Bárcenas, el apunte contable de cualquier “preferente”, una factura falsa y hasta un bigote, pueden desatascar los juzgados y dejarnos a todos mucho más tranquilos.

Si en Macondo hubieran instalado una P300, no se hubiera tardado cien años de soledad en descifrar los pergaminos de Melquiades. Y si en España se generalizara, nos ahorraríamos esa molesta sensación de que nos toman por imbéciles.

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