Es curioso comprobar
cómo en pocos meses hemos introducido nuevos conceptos en nuestros diccionarios
cotidianos, en nuestras conversaciones familiares y en las tertulias con los
amigos. En cuatro días, el tiempo, la artrosis, el reúma, el novio de la
hija-que no te gusta-o el coche, que ya va renqueando, han sido sustituidos por
el IBEX, la prima, los mercados, el riesgo país, los bonos del Tesoro y el
Fondo Monetario Internacional.
Todos entendemos de
Economía, de macroeconomía, por supuesto. Todos estamos sumamente interesados
por la información internacional, cuando hace cuatro días no todos podían
situar Grecia en el mapa, y sólo nos interesaba lo de nuestro pueblo y, si
acaso, la provincia o la región, amén del fútbol. Ya casi ni hablamos de
políticos. Sólo de Bancos, brokers, tecnócratas y especuladores. Y pocos ignoran quién es
Keynes, Monti, la Merkel y qué paso en el crac del 29.
Vuelvo a ese Macondo
que dejó de ser aldea para convertirse en una próspera localidad de
comerciantes y hasta con una incipiente industria, primero de hielo y luego de
helados, hasta que llegó la fiebre del banano, el monocultivo que daba dinero a
espuertas. Y todos se contagiaron. El poder de la compañía bananera se reflejó
también en lo político. Los funcionarios locales fueron sustituidos por
forasteros autoritarios y «los antiguos policías fueron reemplazados por
sicarios de machetes». Surgen así los conflictos sociales, la huelga general y
la posterior y sangrienta represión.
Nadie entendió que el
dinero, puro y duro, sustituyera las antiguas relaciones sociales, la calma y
la paz de una comunidad que de mejor o peor forma, tenía sus necesidades
cubiertas. Cada cual tenía su vivienda encalada, su comida, su río con el agua
a la misma distancia de cada casa y un rato para dormir la siesta en los
bochornosos veranos de la ciénaga.
Esto es ahora Macondo.
La división de poderes de Montesquieu está tan lejos de nosotros como la remota
aldea tropical. Ya no son Legislativo, Ejecutivo y Judicial. Es Económico,
Económico y Económico. No es el quinto ni el sexto. Es el único. El Gran Poder.
Y nosotros, como los
macondinos, no entendemos para qué votamos, para qué trabajamos, para qué
soñamos…
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