Cada año-unos con más fortuna que otros-, por estas fechas, busco y rebusco dentro y fuera de mí algo de ese espíritu navideño que parece que todo el mundo tiene.
Siempre acabo encontrando algo, aunque cada vez es más difícil. Me esfuerzo en pensar en la familia, en la paz, en la concordia, en el recuerdo de los que ya no están, en la añoranza de esas otras navidades, en las que los reyes magos eran reales y Papá Noel sólo era un anuncio de Coca-Cola.
Cierro los ojos para escuchar al tamborilero, y la zambomba imposible de tocas con manos infantiles y torpes. Y para imaginar los peces nadando en el río helado, y a sus majestades de Oriente atravesando los arenales. Intento lavar las imágenes del belén en el patio, y de las tardes de frío cortando musgo en San Antón.
Y luego la vuelta al colegio, instituto, universidad, trabajo... Y esa sensación de que faltaba demasiado tiempo hasta que llegara otra Navidad.
Que ya está aquí de nuevo. Y es urgente encontar el espíritu. Ya no queda tiempo. Apenas una semana y las luces no brillan como debieran; tampoco suenan zambombas ni panderetas, y me temo que los Reyes no han programado bien el GPS y se han perdido entre las dunas.
Tal vez coincidamos aquí, en la arena en la que escribo. Igual, hasta me enseñan el camino hacia el espíritu navideño.
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