Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

martes, 13 de septiembre de 2011

NOSOTROS, LOS DE ENTONCES.

Entonces, septiembre siempre era un comienzo. Agridulce, sí, porque pesaba el recuerdo del verano salvaje y libre. Pero era un comienzo. Era la vuelta a las aulas, zapatos nuevos (Gorila, con la pelotita verde), era ordenar apresuradamente las vivencias y las anécdotas de vacaciones que se agolpaban en la cabeza atropellándose para ser contadas; era la mezcla de temor a lo desconocido y de ansia por conocer.
Septiembre era cartera nueva o heredada de tu hermana, lápices aún sin morder y cuadernos a veces reciclados y, con suerte, sin dos rayas. Eso era de pequeños.
Era la Virgen y el comienzo de la vendimia, el olor a mosto por las calles y los remolques cargados que, a menudo, nos regalaban un racimo de uva magullada y sucia de tierra.
Era el mes con mayúsculas, el mes por excelencia, porque en septiembre empezaba todo. Hasta las Navidades, que veíamos ya tan cerca...
Crecimos, y septiembre siguió siendo el principio. El Instituto empezaba en octubre y la Universidad, a veces casi en noviembre. Pero ningún mes podía quitarle el protagonismo. El otoño, el curso político, la vuelta al trabajo tras el verano, los días más cortos, las noches más largas...
He amado y odiado septiembre casi por igual en las distintas etapas de mi vida y hoy... No sé lo que siento. Es un septiembre raro, que tiene más de final que de principio en todo.
El año político empieza(sigue)crispado, las aulas están revueltas, no hay sensación de comienzo de nada y, tal vez por eso, hayan venido a mi memoria esos otros septiembres, los que eran como debían ser. Los de entonces.
Ni ellos, ni nosotros, somos ya los mismos.

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