Ya hemos casado al heredero del heredero británico, ya hemos beatificado al Papa que más hizo por acabar con el comunismo (Benedicto XVI dixit) y yo, mientras tanto, celebrando y añorando ritos paganos cristianizados, como casi todo.
Decía en un post que me he librado de la boda por razones de trabajo, pero no he podido librarme de la beatificación, que atacaba por tierra, mar y aire, por prensa, radio, TV y en los jardines que hay frente a mi casa, donde ha habido concentración de banderitas amarillas y blancas, santos colores.
No he tenido yo la cabeza (ni el cuerpo) esta semana para pensar en tocados y modelitos de damas británicas o princesas españolas, ni en peregrinos en la Plaza de San Pedro, pero en un día con muchos muertos reales en Siria, con otros muertos posibles en Libia, con cifras de paro escalofriantes, con el no menos escalofriante dato de encuestas que nos llevan en picado a tiempos pasados (no mejores), y con otros cuantos asuntos que ponen los pelos de punta, no me parece serio que la noticia de apertura sea la beatificación de una persona que, por definición y por oficio debería ser buena.
En fin, no voy a meterme en cuestiones religiosas, que luego me regañan. Y además, la tercera parte del título de esta entrada habla de ritos paganos, y a eso iba.
Han pasado Las Mondas, fiesta pagana dedicada a la primavera y a la diosa Ceres y que desde hace unos cuantos siglos, por obra y gracia de la Iglesia, se ha consagrado a la Virgen del Prado.
Y son las cruces de mayo, los mayos, en mi pueblo. Dicen que Santa Elena, madre de Constantino, encontró la cruz de Cristo y la adornó con sus ropas y sus joyas, y desde entonces se visten las cruces en los primeros días de mayo. Seguro que esta historia no la inventó un pagano, pero vale, ahí se queda.
Yo me quedo con la primavera, con el tributo a la tierra, a la madre naturaleza tras un largo y frío invierno, con las ofrendas para pedir buenas cosechas, con la alegría de las gentes (¿dónde estará ahora la alegría) por la explosión de flores en el campo.
Me quedo con lo natural, sin más explicaciones metafísicas. Con el milagro real de la vida, no con el imaginario de presuntas curaciones.
Me quedo con la vida en directo, sin ensayos de tiro de cámara para el beso en directo (el de Guillermo y Kate), y sin multitudinarios y mediáticos homenajes a papas que, por oficio, se supone que debían ser santos.
domingo, 1 de mayo de 2011
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