Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 26 de septiembre de 2013

Desde Macondo. CONSTITUCIONES Y COMPARACIONES

Justo cuando la mayoría de los textos constitucionales son poco más que papel mojado, por no decir papel de otros usos, un famoso buscador en Internet lanza un producto curioso, cuando menos. Constitute se llama, y es ni más ni menos que un comparador de las casi doscientas Constituciones en vigor a lo ancho y largo de la geografía mundial. Muy curioso. Agrupadas en treinta temas, se nos muestran las diferencias y similitudes en derechos y deberes. Del Gobierno y de los ciudadanos, por supuesto.
       Unas datan de hace pocos años, otras, de principio de siglo, muchas de mediados del pasado siglo, después de la guerra mundial y de los movimientos independentistas. Todas hablan de libertad, de derecho a la educación, al trabajo, a la vivienda, a la sanidad, a la Justicia, a la libre expresión, a la paz, al bienestar de todos, con especial incidencia en los más desfavorecidos, léase ancianos y niños…
       Alguna va más allá y habla de derecho a la felicidad, un debate abierto en estos momentos en Brasil. E incluso, como en el caso de Bután, establecen el FIB, índice de felicidad bruto como un medidor de la situación de sus ciudadanos. También aquí, en la Constitución salida de las Cortes de Cádiz, en 1812, un artículo decía El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen”.  Ya veis, cualquiera tiempo pasado sí fue mejor.
       Sobre el papel, nuestra Carta Magna resiste cualquier comparación. Y hasta queda en buen lugar. Desafortunadamente, cualquier parecido con la realidad actual es mera coincidencia. Sabemos a lo que tenemos derecho y dónde lo pone. Nada más.
       Por eso me resbala todo el debate sobre la reforma de la Constitución del 78. Que si para solucionar el problema catalán, que si para “arreglar” el tema de la Corona, para delimitar las funciones del heredero…La Ley de leyes perdió para mí todo su carácter de sacrosanta, su aureola de marco perfecto para la convivencia, cuando fue modificada, con agosticidad y alevosía tras una llamada de Merkel para establecer el maldito techo de déficit que Dios confunda.
       A partir de ahí, caída en picado. Ni salario digno,  ni educación y sanidad gratuita y universal ni ancianos protegidos ni nada de nada. Sería preciso un comparador sobre el grado de cumplimiento,  no sobre el texto, sobre el papel que lo aguanta todo.
       Y mucho que temo que en ese análisis, el de la realidad, habría pocas diferencias.
Cuando el coronel Buendía se retiró a Macondo, tras participar en 32 guerras y constatar que no se luchaba por las ideas, sino por el poder, dijo eso de que la única diferencia entre liberales y conservadores era que los primeros iban a misa de cinco y los otros, a la de ocho. La única comparación posible.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Desde Macondo. INDIGNOS E INDIGNADOS

Dos nombres, José Arcadio y Aureliano, se repiten sin cesar, generación tras generación, en Cien Años de Soledad. Todos los padres y los hijos, todas vidas, todas las miserias, las guerras, los inventos, las pasiones, los miedos, se reducen a dos nombres y sus titulares, repiten incansablemente las características de sus antecesores. Los Arcadios son impulsivos y autoritarios, los Aurelianos, tímidos y retraídos. Y así estuvo dividido Macondo durante un siglo. Hasta el diluvio.
           Ahora, que está lloviendo a mares, me viene a la cabeza otra división, la que hace Eduardo Galeano cuando dice que el mundo, nuestro mundo, se divide sobre todo en indignos e indignados. Y no hay mucho más que decir. Si acaso que, desafortunadamente, el reparto no es equitativo y que, como en la estirpe de los Buendía, unos alzan la voz y otros se indignan en silencio.
           Tal vez siempre haya sido así, y el resto, sólo sean paréntesis. Siempre ha habido ricos y pobres, señores feudales y siervos, amos y criados, opresores y oprimidos…
           Pero venimos de un paréntesis, creíamos haber dejado a uno y otro lado del signo ortográfico la desigualdad salvaje, la avaricia sin medida, la falta de empatía, las humillaciones, el miedo, el hambre, la enfermedad sin cura, los silencios y la resignación.
           Llegamos a creer que había muchos nombres, cada uno con sus particularidades, con sus libertades y sus servidumbres. Con sus oportunidades. Y en un abrir y cerrar de ojos hemos vuelto a la dualidad de siempre. Unos pueden estudiar, otros no. Unos comen varias, otros rebuscan en los contenedores. Aquellos tienen casa, éstos, el cielo como techo. Unos miran a lo lejos, al horizonte amplio y luminoso; otros, pisan con cuidado el suelo que amenaza con derrumbarse bajo sus pies.
           Los indignos (llámense poderes financieros o económicos, o Gobiernos que los amparan) permiten que decenas de millones de indignados hayan perdido hasta la voz, hasta el orgullo de clase oprimida, que es lo que permite levantarse y andar. Han hecho del mundo un compartimento estanco donde no caben las diversidades. Sólo ellos y el silencio.
           Las mareas de colores no traspasan los muros de separación. Demasiado gruesos para que lleguen las voces y los lamentos. Los gritos de indignación. Y poco a poco, la brecha es más profunda. Se van perdiendo los nombres y los adjetivos calificativos.
           Sólo quedan indignos e indignados. Y la sensación de que debemos renombrarnos, que tenemos que inventar un espacio diferente, nuevo, como el Macondo primero, cuando el mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.

viernes, 13 de septiembre de 2013

A MARISA (Le prometí que volvía en septiembre)


No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entre los párpados. Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo una mujer atravesada en la garganta (Eduardo Galeano)



Y aquí estoy, aunque no me hayas esperado. Sé que me leerás. Siempre lo has hecho. Aún cuando ya leer te era difícil y mucho más contestarme, poner ese comentario amable que engordaba mi ego, que me hacía sentirme buena. Quedan, para ti y para mi las largas conversaciones en el ciberespacio, cuando ya la cruel enfermedad se había atravesado en tu garganta cercenando tu voz poderosa y clara, y sólo quedaban las letras, y los ojos, para comunicarnos.
           No me has esperado, y busco en vano la luz verde junto a tu nombre que me indica que estás en línea, que podemos hablar de lo divino y lo humano, que podemos reírnos sin sonido, con un ja,ja,ja que nos sirve igual; y que no me contestarás con el pulgar hacia abajo cuando te pregunte cómo estás.
           Qué va. Ya sabes que soy tu experimento. Los primeros pendientes colgaron de mis orejas casi al tiempo que de las tuyas. Y me puse en el brazo, con más miedo que vergüenza, la primera pulsera de cerámica, delicada, frágil. Pero tuya. Y el colgante de Las Mondas, y el abanico, pionero de los cientos que después pintaste.
           Antes que la muerte se atravesara en tu garganta hablábamos de teatro, y de libros, y de toros. Y de todas las ideas que pugnaban por salir atropelladas de tu cabeza para llegar a las manos de artista. Miro a mi alrededor y veo las minúsculas pilas de agua bendita, los pendientes rojos y los morados, del que sólo queda uno porque no llegaste a hacerme el que se rompió. Y los verdes, como una hoja de parra.
           Te prometí que volvía en septiembre y, con Frida en tu regazo, me miraste asintiendo.  Pero has tenido prisa. No sé. Ya sabes que siempre se dice que el oficio artesano se va perdiendo, y tal vez allá arriba, en las nubes, necesiten una maestra; o están aburrridos y precisan una actriz de raza que, sin IVA, les proporcione mil y una tardes de teatro.
           Voy a aguzar el oído para escucharte en el silencio. Y a escudriñar las nubes, buscando una greca azul y blanca, de las que tu pintabas. Y a buscar ángeles con alfileres de corbata de cerámica, y palomas con peinetas con alegres entre las plumas.
           Y sabré que no te has ido. Simplemente, has trasladado el taller. Aunque ahora me queda tan lejos…
 
 

jueves, 12 de septiembre de 2013

Desde Macondo. SIENTE UN POBRE A SU MESA

O a un universitario, que no sólo de pan vive el hombre; el espíritu también necesita alimento. Y los tiempos han cambiado desde que Berlanga, inspirado por la campaña franquista de ser caritativo en navidades, nos regalara su irrepetible Plácido.
           No sé quién o qué habrá inspirado a la presidenta de los rectores universitarios para lanzar la idea de apadrinar a un estudiante pobre. No me cabe duda de que lo ha hecho con la mejor intención, probablemente desde la triste certeza de que muchos talentos pueden quedarse por el camino por falta de medios. Pero se ha equivocado. En tiempos de Plácido no había Constitución que garantizase la educación pública y universal. Estudiaban y comían los ricos y los que recogían las migajas de caridad que les lanzaban por debajo de la mesa.
           Es el Estado quien debe sentar a su mesa, a la mesa común, a todos los hambrientos de pan y libros, que diría Lorca, y nadie puede justificar, con padrinazgos y caridades, su dejación de funciones. No queremos una España caritativa, vertical, de arriba abajo, sino solidaria, horizontal. Entre iguales. Sin humillaciones gratuitas, sin que nadie nos arroje un hueso que roer para engañar el hambre.
           Dicen los entendidos que se inicia el curso escolar más caro desde la llegada de la democracia. Y no sólo en la Universidad. Con becas recortadas, libros caros, transportes escolares suprimidos, comedores cerrados o inalcanzables, la Educación necesita mucho más que padrinos. Los que ya peinamos canas, y tuvimos el privilegio de estudiar una carrera, tenemos aún fresca la memoria de aquella compañera tan lista que tuvo que ponerse a servir, o el chico espabilado, primero de la clase, al que le esperaban las duras tareas agrícolas al acabar la educación básica, si es que tenía la suerte de terminar.
           Y de aquel otro, al que el cura envió al seminario, porque prometía. O la ahijada de la señora, que hizo magisterio pagado por la jefa de sus padres. Muy feudal, pero muy real. Lo juro.
           Tan real como los miles de hijos de campesinos, camareros, albañiles o ministros que en las últimas décadas se han convertido en ingenieros, médicos, abogados o profesores. Con dificultades, probablemente, pero sin caridades. Con esfuerzo, pero con derecho.
           En Macondo, al principio, todas las casas y todas las familias eran iguales. Sin clases. Y aún cuando los Buendía se erigieron en guías espirituales de la aldea, su sentido de la hospitalidad, para acoger por igual a vivos y muertos, no dejaba ningún resquicio a la caridad mal entendida. Fueron añadiendo habitaciones, y hasta comprando 72 bacinillas-para 68 jóvenes y 4 monjas- con total naturalidad. Como parte de su responsabilidad
           Sin mecenazgos ni patrocinios.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Desde Macondo. CUARTO Y MITAD DE PATRIMONIO

Y de Cultura. Un par de cariátides, un trozo de friso del Partenón o todo el paraje donde se ubica el Oráculo de Delfos. Aquella escultura de Fidias, o esa,. de Praxíteles,. Que es la perfección misma. ¿Y qué me dicen de la autoría de La República, o del Banquete? Platón era griego, sí, pero de cuando Grecia no estaba rescatada. Ahora es otra cosa. Los griegos no se pueden permitir a Hipócrates, ni a Sócrates, y mucho menos a Aristóteles. No son dignos de compartir nacionalidad con Eurípides, Esquilo o Sófocles, ni de convivir con Homero. Ni de estar cerca del Olimpo…
           Lo han dicho los alemanes, y es palabra de Dios. O de Zeus. Un país que no puede “cumplir” con sus socios europeos, debe estar en disposición de poder vender su patrimonio para saldar las deudas, para contribuir al famoso fondo de rescate.
           Y con inmensa tristeza me pregunto si no han contribuido lo suficiente a lo largo de la Historia. Los griegos nos han enseñado medicina, historia, filosofía, teatro, la pureza de las líneas arquitectónicas, la belleza del cuerpo humano en escultura, la importancia del Mediterráneo, las formas de convivencia, la democracia de la que tanto hablamos y que tan alejada está del concepto inicial.
           Cierto es que aún tienen piedras. Museos, yacimientos, edificios singulares, la Acrópolis mutilada por otros intereses, bibliotecas, documentos de valor incalculable, porque no se pueden cuantificar siglos y siglos de conocimiento. Pero ya nos han dado casi todo, nos han hecho como somos, han legado al mundo todo su saber con una generosidad fuera de lo común.
           Pero es poco, según un tal Ulrich Grillo, de la patronal alemana. Y pienso en la Alhambra o en la Mezquita de Córdoba, en la catedral de Toledo y en las joyas del románico asturiano; en Velázquez y en Goya, en El Quijote, en Quevedo y en el acueducto de Segovia. También tenemos patrimonio y cultura, y también somos pobres y débiles. Y también estamos metidos hasta el cuello en esta espiral neoliberal en la que todo se compra y todo se vende al mejor postor.
           Macondo era un pueblo tranquilo, con casas nuevas alineadas junto al río, sin pasado y con sólo cien años de historia de soledades. Pero con plátanos. Y la llegada de la compañía bananera supuso el principio del fin de la tranquilidad, la instalación de barracones, la circulación del dinero y las desigualdades, de la explotación y la tiranía. Del diluvio.
 

jueves, 29 de agosto de 2013

Desde Macondo. TAMBORES DE GUERRA

Suenan tambores de guerra y el ruido ensordecedor tapa-de momento-el resto de los sonidos. El de la crisis, las corrupciones, la cuesta de septiembre que se suma a la de todo el año, el inicio del curso sin becas, las listas de espera alargadas al infinito, el drama de los parados, la enfermedad terminal de la democracia, el déficit, la deuda…
           Todo calla porque nos aprestamos a vivir otra “operación relámpago” en directo y no habrá más colores en nuestro universo que el negro de la noche, del humo y de la pólvora, el rojo de la sangre, el verde de los soldados y el brillante plateado de los aviones. No a la guerra.
           Condenando todo lo que de condenable tiene el presunto ataque con armas químicas y las masacres contra civiles indefensos, y dando por sentado que no sé nada de estrategias, no alcanzo a entender porqué ahora, qué diferencia existe entre los miles de muertos acumulados en los dos últimos años, y que nos han mostrado ampliamente los medios de comunicación, y los muertos de la semana pasada. No sé ustedes, pero yo he visto grabaciones de fosas comunes, de niños tiroteados, de familias enteras aplastadas bajo escombros, de ejecuciones salvajes…Así durante meses y meses, ante la impasibilidad de la ONU. Tristes guerras, tristes armas si no son las palabras.
           Pero ahora suenan tambores de guerra. Tal vez cuando lean esto, hayan empezado los bombardeos. De lo que no me cabe duda es que no habrán terminado. Todos tenemos muy frescas en la memoria historias como las de Irak o Afganistán. Que no son historia, que son actualidad muchos años después.
           Y ahora, con miles de muertos y millones de refugiados sobre la mesa, alguien ha decidido que es el momento. Algo tendrá que ver el que las Bolsas se desplomen y suba el petróleo ante el inminente ataque a Siria. En un mundo en crisis, con el hambre y la desesperación campando por sus respetos, me parece obsceno gastar un solo céntimo en batallas. Y no digo nada en vidas humanas.
           El coronel Buendía participó en 32 guerras hasta que se convenció de que no había liberales ni conservadores, que sólo se luchaba por el poder. Entonces, firmó la rendición, se retiró a Macondo y se sentó a ver pasar su entierro.
           Poco más podemos hacer nosotros. Los amos del mundo han decidido que olvidemos nuestras miserias por el momento o que las sobrellevemos pensando que siempre hay algo peor a la vuelta de la esquina. Y la guerra es el peor de todos los horrores.

jueves, 22 de agosto de 2013

Desde Macondo. AGOSTICIDAD

¡Cómo ha cambiado agosto! En poco tiempo ha pasado de ser un mes amable, vacacional, final de lo malo y principio de muchas cosas buenas, mes de reencuentros y soledades, de bullicio y tranquilidad, a gusto del consumidor, a convertirse en treinta y un días de inquietudes y rollos más o menos malos.
         Si tuviera que definir la palabra de moda, “agosticidad”, ya que la Real Academia aún no la admite (todo se andará), diría que es algo así como un agravante en las conductas que se realizan durante el periodo generalizado de vacaciones, y que presuntamente tiene como objeto suscitar menor protesta de los perjudicados, bien sea por encontrarse en otra dimensión (física o personal), o porque el calor nos vuelve más comprensivos Y esto vale sobre todo si nos referimos a actividades de los que mandan-Gobierno, empresarios, Banca-, debido a su carácter polémico o impopular.
         Hasta hace unos años, con agosticidad, premeditación y alevosía, nos levantaban las calles y bacheaban las carreteras, a veces, hasta daban el último empujón a un edificio histórico cuya demolición había levantado las iras de la gente. O subían alguna que otra tarifa de luz o de agua. Y poco más. El resto de las noticias las ocupaban las fotografías de playa de los famosos, algún divorcio que otro o las vacaciones de la familia real. Un par de incendios, los accidentes de tráfico y las recomendaciones sobre la ola de calor.
         Pero agosto ya no es lo que era. Y nosotros tampoco. La media-o la mitad de un cuarto-de España que está de vacaciones, sigue pendiente de la economía, las corrupciones, el miedo al futuro, el paro… Y el resto, pasa los largos días del mes vacacional por excelencia maldiciendo la crisis que le ha dejado sin playa o montaña y haciendo cuentas. Y escuchando las últimas ocurrencias del presidente de los empresarios, o las del FMI con sus “recomendaciones” de bajar salarios y subir impuestos, o cortándose de encender el ventilador por lo que pueda pasar con el recibo de la luz.
         Agosto ya no es el mes de paso hacia septiembre. Tiene entidad propia. No es el mes de las serpientes de verano, porque se ha convertido en un monstruo de cien cabezas que se llaman Bárcenas, crisis, desempleo, sobres, corrupción, nuevos impuestos, menos becas, sanidad bajo mínimos, baches en las calles y olor a alcantarilla por falta de mantenimiento.
         Tal vez el diccionario, además de recoger el término agosticidad, debería añadir el de “agosticidio”. Matar el mes de agosto. Para que renazca como era antes. Sol, moscas, y tranquilidad.  Y desconexión.