Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Desde Macondo. CUESTIÓN DE “UMBRALES”

Siempre ha habido ricos y pobres. Faltaría más. ¿Quién no lo ha dicho alguna vez? Claro, que lo decíamos como un refrán, como una frase hecha, sin plantearnos siquiera el significado real de las palabras. Y sin pensar, por supuesto, en umbrales de riqueza. De pobreza, mucho menos. Qué vestido, o qué coche o qué reloj más bonito. Tú que puedes. A ver chica, siempre ha habido ricos y pobres.
      Ricos de mentira y pobres igualmente falsos. Pero eso era antes. Cuando no sabíamos que los millonarios se han multiplicado desde que comenzó la crisis, y que siguen aumentando los millones. Y que muchísimos españoles son pobres, entendiendo por pobre el no poder satisfacer sus necesidades básicas (léase comer, calentarse, vestir decentemente o enviar a sus hijos a la escuela con el material requerido). Que no se trata sólo de poder ir de vacaciones o cambiar de coche.
      Todos sabemos en qué parámetros se mueve el umbral de la pobreza, pero desconocemos el de la riqueza. Se toma como base el salario medio (no el mínimo, que ya es ciencia ficción), y se descuenta un sesenta por ciento para saber quiénes son pobres y poder dar esas aterradoras cifras de casi el 25 por ciento.
      Pero nadie nos cuenta el umbral de la riqueza, cuantos millones hay que tener para hablar de ricos, cuántas amnistías fiscales, capitales evadidos y tributaciones de risa hay que acumular para entrar en el club de los elegidos.
      Porque ya no vale el concepto de sociedad, de nación que nos habían contado. El hombre vive en sociedad, que es un espacio para la solidaridad y la redistribución de la riqueza. Aunque siempre hayan existido ricos y pobres, porque nada es perfecto.
      Llevamos toda la vida hablando de erradicar la pobreza, de acabar con el hambre, de llegar a un gran acuerdo para que el mundo cambie. Todos hemos soltado la lagrimita, o al menos hemos hecho algún puchero, con las imágenes de la hambruna en tal o cual país africano. Y hemos seguido a lo nuestro. Ni objetivos del milenio ni leches.
      Y es que lo hemos planteado mal. No hay que sentarse a hablar sobre la pobreza, porque docenas de cumbres no han conseguido casi nada. Hay que hacer un pacto contra la riqueza para que todos podamos seguir habitando nuestra parte del mundo sin abismos insalvables, sin cruzar umbrales que nos lleven al cielo o al infierno.
      Macondo, que fue próspero y feliz, donde todos tenían igual acceso al sol y al agua, se convirtió en un lugar de aislamiento y pobreza cuando la compañía bananera desmanteló las instalaciones, y sus directivos se marcharon con las riquezas acumuladas durante años.
      Y luego vino el diluvio.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Desde Macondo. FASCÍCULOS COLECCIONABLES

Aturullados como estamos entre investiduras y despropósitos varios, tertulias, reuniones, encuentros y desencuentros y demás ingredientes de este gazpacho atípico de verano que nos han montado, no hemos caído en que, con el final de las vacaciones, el inicio del curso escolar y el judicial (el político no, que no hemos aprobado y repetimos), vuelven a escena, como si no pasara nada, los fascículos coleccionables.
      Ya sé que son un clásico de septiembre, pero como todo está siendo tan raro… El caso es que entre las caras de Rajoy y de Sánchez, de Rivera y hasta el exministro Soria, se han colado unas cuantas colecciones. Como siempre en estas fechas. Aún no son demasiadas, o yo no las he visto, pero haberlas, haylas.
      Por el momento, ya he apuntado la del Seat Seiscientos por piezas, que promete dejar en la vitrina, para la posteridad, una maqueta monísima. Para los nostálgicos.  Y hay también abanicos, que falta nos hacen con estos calores,  y los de manualidades varias, destacando, por supuesto, los punto de cruz, con toda clase de plantillas, modelos e hilos de colores. Vuelve la  casa de muñecas, y una colección de Mitología Clásica, con un enorme Hércules en la portada.
      Y aunque no lo creáis, también hay polémica en las colecciones, que una importante editorial ha tenido que modificar la suya, con figuritas de Playmobil incluidas, porque en 'La Aventura de la Historia' no incluía ninguna mujer. La presión de las redes sociales y hasta del Gobierno Valenciano les ha ablandado el corazón, y entre los 60 clicks van a incluir alguno como Nefertari, Hipatia de Alejandría, Juana de Arco, la reina Victoria, o Marie Curie.
        En fin, que empieza la temporada, y otro año más que no me decido, que tengo que decir con vergüenza eso de "yo nunca he coleccionado nada". Ni cromos, ni recortables de muñecas, ni chapas, ni canicas ni conchas de la playa. Ni tan siquiera las películas o libros que vienen con el periódico que compro a diario. Siempre sucumbo a la cara de circunstancias del kiosquero que me pide el cupón para un cliente de toda la vida (como si yo fuera de anteayer). Y sigo sin colecciones e imaginando con envidia cómo debe ser eso de esperar al lunes para que te den el próximo abanico o el cañón del barco o la chaisse longue de la casita de muñecas o el hilo rojo de seda para hacer un angelote de petit point.
      Mientras me decido, colecciono sonrisas, experiencias, amigos, sensaciones, ilusiones, esperanzas... No lucen en las vitrinas, es verdad, pero ocupan su lugar en mi vida. Y no acaban con el final del curso.

jueves, 1 de septiembre de 2016

Desde Macondo. HASTA EL ÚLTIMO EURO

Si no fuera tan seria, me parecería hasta cómica la afirmación de Rajoy en el discurso de investidura, prometiendo que recuperará hasta el último euro robado por corruptos. Para empezar, tendremos que aclarar qué entiende el presidente en funciones por corrupción, que después de los últimos “retoques” de han dado al término, en amor y compañía de Ciudadanos, una ya no sabe a qué atenerse.
      Tendrán que explicarnos si son euros robados los sobresueldos, los salarios millonarios de banqueros rescatados, las jubilaciones vergonzosas de quienes han llevado sus empresas a la ruina o han mandado, ERE mediante, a miles de trabajadores a la calle y sin esperanza alguna. Euros robados también serían, digo yo, los de la generosa amnistía fiscal, los que no se cobran a las grandes fortunas, a las sicav o los que se perdonan graciosamente a las empresas en impuestos de sociedades. Y los que nos quitan a los españolitos de a pie que cobramos un salario de subsistencia.
Así se explica que los millonarios, los ricos, los poderosos, hayan hecho el agosto con la crisis que nos ha machacado a todos (menos a ellos). Y se explica también que los ricos sean más ricos y todos los demás, más pobres. Lo peor es que lo hemos asumido. Hablamos y hablamos de millonarios como se habla de términos que sólo son conceptos inabarcables, léase Dios, amor, tiempo, felicidad, eternidad. Intuimos que existen, pero los situamos en otra galaxia, con esa especie de temor que produce lo que no está en nuestras coordenadas, lo que se nos escapa.
Un millonario es alguien a quien no se puede mirar a los ojos, por si se ofende; alguien que extiende la mano esperando que le beses el anillo, como a un obispo; alguien que no camina: Levita. Es lo que queramos imaginar, porque algún gen tendremos por ahí, proveniente de la época feudal o aún anterior, que nos hace arrugarnos ante el poder que da el dinero, mirar al suelo y no atrevernos a abrir la boca, por si molestamos. ¿En qué cabeza cabe pedirles que paguen más? ¿Y si se enfadan? Pueden hacer que nos destierren, que nos corten la cabeza o que nos encierren en una oscura mazmorra, condenados de por vida a pan negro y agua corrompida.
Un ciudadanito de a pie, como yo, sólo puede mirarlos con reverencia, desde su insignificancia; en lo alto de sus caballos, con armaduras de oro y espuelas de brillantes, cegado por el brillo, atemorizado y cuidando de no despertar su cólera de resultados imprevisibles.
Y por supuesto, hemos comprobado que los políticos, alguno también rico y poderoso, tienen el mismo gen que todos nosotros. El del miedo a molestar, a incomodar a los señores.
Es más fácil, y menos arriesgado, incordiar a los siervos de la gleba, a los que siempre, a través de los siglos, se ha exigido todo a cambio de migajas. Hemos armado un ejército que huye a la vista del enemigo. Hemos creado una democracia que no es el poder del pueblo. Es el poder de los de siempre.
Y ahora nos cuentan que van a recuperar hasta el último euro…
 

miércoles, 24 de agosto de 2016

Desde Macondo. LEER PARA VIVIR (MÁS)

A diario nos apabullan, por tierra, mar y aire, con anuncios y recetas para vivir más y mejor. Para sentirnos guapos por dentro y por fuera. Sabemos casi todo de los antioxidantes, del colágeno, de los alimentos “pro-activ” que nos alejan del colesterol malo y favorecen el bueno; de las mil y una soluciones naturales o químicas para evitar las varices, y las arrugas, y la flacidez, y de todo lo malo que trae la edad.
Sabemos casi todo acerca de cremas, píldoras, tratamientos con láser o yogures y probióticos varios que hacen que nuestro cuerpo funcione como un reloj. Todo, avalado por estudios de prestigiosos científicos, para que podamos digerir mejor la avalancha de bálsamos de Fierabrás que se nos viene encima nada más encender la tele u hojear cualquier revista.
No me creo nada, porque de toda la vida de Dios existen las enfermedades, y la gente se arruga y envejece. Por eso me ha emocionado encontrar un estudio diferente que sí me convence. Primero, porque me interesa y segundo, porque estoy segura de que es cierto y fiable.
Lo de menos es que lo haya llevado a cabo la prestigiosa Universidad de Yale, tras evaluar durante 12 años a 3.635 personas. Lo importante es la conclusión: Leer alarga la vida. Y cuanto más, mejor. Me tiemblan los dedos de alegría al transcribir las cifras. Los lectores de 3,5 horas a la semana de media viven un 17% más que los que no abren un libro; quienes leen más tiempo aún, un 23% más. Dos años más. Sin cirugía, sin dietas, sin píldoras, sin inyecciones. Sin sacrificios, y pasándolo maravillosamente.
El estudio no distingue entre tipos de lectura. No nos cuenta si Cervantes nos regala más tiempo que el último best-seller o que la Odisea. Si la Poesía gana a la prosa o el ensayo a la novela. Es igual. Cada letra, cada vida, cada página es vida y podemos elegir cómo pasarla. Eso sí, hablamos de libros, no de prensa, revistas o catálogos de IKEA (dicho sin segundas esto último).
Lo sospechaba y ahora me lo han confirmado. Leyendo, no sólo se vive mejor, sino que también se vive más. Cada paso que he dado por las calles de Macondo, por la ciénaga, la plantación de bananos o la estación de ferrocarril; por Comala, buscando vivos del brazo de Pedro Páramo, por la bucólica Arcadia, o el País de las Maravillas con Alicia, por las profundidades marinas con el capitán Nemo o por el asteroide B612 del Principito, por la Francia de Los Tres Mosqueteros; la Rusia nevada de Miguel Strogoff el Londres de Dickens, o la Suiza de Heidi, por los mares del Sur o los desiertos de Lawrence de Arabia, por cualquier territorio, real o de ficción contenido en un libro, me ha dado la vida.
Y ahora sé que me la ha alargado. Para seguir leyendo. Para seguir viviendo.

martes, 16 de agosto de 2016

Desde Macondo. FO(REST) IN PEACE

No me gusta que el nombre esté en inglés, aunque reconozco la oportunidad del juego de palabras en la lengua de Shakespeare. Fo(rest in Peace), bosques en paz, o descansen en paz los bosques. Y de la idea de fondo, llenar el país de cementerios para combatir los incendios forestales.
      Claro, que me hubiera gustado más que echaran mano de nuestro riquísimo idioma, lleno de evocadoras metáforas sobre los camposantos. O de nuestros poetas, de Bécquer al mejor Cernuda de “Donde habite el Olvido”. Pero esto son cosas mías, que no pueden distraer la atención del asunto principal, que resumo en un par de líneas.
      La Asociación Nacional de Bomberos Forestales ha lanzado una insólita campaña que otorga a los ayuntamientos el poder para detener la especulación urbanística tras los incendios, ahora que España arde, recién cambiadita la ley por nuestros ínclitos gobernantes, que elimina la prohibición de edificar sobre un terreno quemado durante 30 años.
       Rebuscando en la legislación española, han encontrado una fórmula para impedir muchos incendios forestales. La manera es tan sencilla como original: recalificar como cementerio aquellos terrenos arrasados por el fuego. Si hay un cementerio, no hay opción para levantar una urbanización, un vertedero, un campo de golf, una pista de esquí o un parque temático en un perímetro de 500 metros, lo que desactiva a posibles especuladores. La Ley recoge esta excepción en un rincón olvidado desde hace décadas. Es el Reglamento de Policía Sanitaria Mortuoria, de  1974., que dice textualmente que “dentro del perímetro determinado por la distancia indicada, no podrá autorizarse la construcción de viviendas o edificaciones destinadas a alojamiento humano.”
       Estaba escondido, pero ahora los forestales la quieren pregonar a los cuatro vientos.
       Y que se apunte quien quiera. Preferentemente los municipios más afectados. Que la cosa es fácil de entender. Los bosques quemados se convertirían en símbolos. Como los cementerios. Donde antes había vida, ahora ya no la hay. No hay árboles, pero tampoco ni liebres, ni pájaros, ni ciervos ni ni jabalíes. Y no hacen falta lápidas para recordarlo, que la imagen cuenta por si sola la historia de todo lo que allí ha quedado enterrado.
       Ojala se llenen de cementerios los bosques de Galicia, los de Valencia, Cataluña o Canarias, los que cualquier lugar del país en los que el fuego ha sido protagonista este verano y tantos otros.
       No se pueden plantar casas o piscinas o muros de hormigón para borrar el rastro de la muerte. Los bosques pelados y negros tienen que quedar ahí para que cada cual que pase haga un ejercicio de reflexión.
       Para que añoren la vida, hasta que vuelva a surgir. Entre tanto, descansen en paz los bosques.

miércoles, 10 de agosto de 2016

Desde Macondo. HISTORIAS CON MORALEJA

No todos los cuentos acaban con el “colorín, colorado”. Tampoco, desgraciadamente, con eso de “fueron felices y comieron perdices”. Ni con la consabida moraleja, tan común en las Fábulas de Esopo y en las historias de todos los tiempos, que la literatura ha servido de siempre no sólo para entretener, sino también para instruir, informar o mejorar a los lectores. Ya ha pasado de moda lo de acabar con la frase, “la moraleja de la historia es…”. Ahora tenemos que descubrirla.
Y hay muchas historias con moraleja. En plena vorágine de Olimpiadas, cuando sabemos todo de cada delegación, de cada deporte, de cada deportista, me ha llamado poderosamente la atención una, la de una joven siria, integrante del equipo de refugiados que ha debutado este año en los Juegos por razones obvias, porque un acontecimiento así no puede obviar la realidad del mundo que vivimos.
Yusra Mardini, una jovencísima nadadora, no ha ganado ninguna medalla. Acabó su serie muy lejos de los tiempos de cabeza y no pudo pasar a la final. Es lo de menos. Estaba ahí, en Brasil, y su historia, que es probablemente de la miles de refugiados, nos deja muchas moralejas.  Huyó de Siria, su país en guerra, atravesó Líbano por tierra hasta Turquía, donde inició la travesía hacia Grecia. Una noche, se paró el bote en el que navegaba a Lesbos junto a su hermana y otros 30 refugiados de la guerra. Cuando el bote se paró, nadó durante tres horas y media hasta llegar a puerto. Mientras nadaba, pensaba en la vergüenza de morir ahogada, siendo gran nadadora.
Así lo contó al inicio de los Juegos, con una enorme sonrisa y con el brillo de la esperanza en los ojos”. No se ahogó. Llegó hasta Berlín y llamó a la puerta de un club de natación. No tenía ni bañador ni gorro de baño. Pero está en Río. No ha ganado ninguna medalla, pero ha llegado a la meta.
Hasta aquí la historia, que admite mil moralejas. La de la Justicia, la del esfuerzo, la del premio a la valentía, la de la vergüenza y el sonrojo que sentimos al conocer estos casos desde nuestro cómodo sillón viendo la tele u hojeando el periódico; la de los deportistas que ganan cifras astronómicas y cuentan con una legión de personas para mantenerlos en forma, la de las guerras que truncan vidas y proyectos, la de nuestras puertas y nuestros corazones cerrados a cal y canto…
Es una historia con final feliz. Pero quedan muchos cuentos, demasiados, en los que los protagonistas no fueron felices ni comieron perdices.

miércoles, 3 de agosto de 2016

Desde Macondo. EL TRAJE NUEVO DEL EMPERADOR


Me ha venido a la memoria, leyendo que tal día como hoy, en 1875, murió el genial cuentista Hans Christian Andersen, el relato titulado “El Traje Nuevo del Emperador”, o “El Rey desnudo”, según la traducción. Ya sabéis, ese en el que un niño con su inocencia desvela la verdad que el resto de la gente, hipócrita y complaciente, no se atrevía a decir: “¡Pero si va desnudo”!

      La versión de Andersen está basada en una historia recopilada por el infante Don Juan Manuel en el El conde Lucanor , allá por el primer tercio del Siglo XIV. Y lo mismo, aunque centrándose en la limpieza de sangre y en la obsesión por ser cristiano viejo, aparece en El retablo de las maravillas.de Cervantes, tres siglos después.

      Está claro que no aprendemos, pasen los años o los siglos que pasen. Que seguimos siendo la sociedad hipócrita, conformista o timorata, recelosa de que las cosas vayan a peor y repitiendo eso de Virgencita, que me quede como estoy.

      No sé si por hartazgo, por miedo, porque en el fondo nos preocupa perder lo poco que tenemos, o por otra razón que se me escapa, decidimos, en junio, votar casi lo mismo que en diciembre. Corregido y aumentado, en el caso del partido del Gobierno en funciones. Decidimos que, tal vez, poniendo un traje nuevo al emperador, podrían taparse las vergüenzas de mucho tiempo, y empezar una nueva era.

      Sin tener en cuenta que ni las más fastuosas sedas, ni los finos bordados con hilos de oro, ni las piedras preciosas del manto pueden tapar años y años de Gurtel, de Púnica, de discos duros martilleados, de favoritismos, de rescates a la Banca y pobres en la cuneta, de amigos enriquecidos y sociedad empobrecida, de hachazos sin piedad al estado del bienestar, de reformas laborales, educativa o de Justicia que han deteriorado, y de qué manera la calidad de nuestra democracia.

      Hemos decidido que un traje nuevo escondería bajo su brillo a los miles de trabajadores pobres, a los que trabajan un par de horas a la semana por un sueldo miserable, y cuentan como “descenso del paro”, a los que han tenido que marcharse, a los que sobreviven hasta sin subsidio, que también ahí han recortado, a los desahuciados. A los avergonzados.

      Se multiplican las voces que claman por un Gobierno. Tiene que haberlo ya. Ha pasado demasiado tiempo. Y que sugieren soluciones, que pasan siempre por la lista más votada, aunque con retoques. Con un traje nuevo. Con una buena capa, que todo lo tapa.

      Y una echa de menos la voz inocente que nos diga que el emperador va desnudo, aunque miremos hacia otro lado y nos empeñemos en creer lo contrario.