Tanta
paz lleve 2016 como descanso deja, que se dice en mi pueblo. En un par de días
será Año Nuevo en Macondo, como en todas partes diréis. Pero es que aquí se
nota más el tiempo circular, el eterno Día de la Marmota en el que parece que
nunca pasa nada. Al menos, nada lo suficientemente bueno como para merecer un
título en este humilde espacio.
Apuro las últimas horas mientras trato de buscar una
palabra, una frase que resuma 365 días, algo así como el año de la recuperación,
el de los brotes verdes, el del pleno empleo o la salida de la crisis, que
tanto cacarean y que nadie se cree, que llevan demasiados años diciendo lo
mismo y nosotros, también muchos sin salir del bucle y esperando no hacerlo muy
maltrechos. De ahí el título. Tanta paz lleve el año como descanso deja, a la
espera del siguiente.
Creo que si a los que ya hemos avanzado un buen trecho
en la vida nos dieran la ocasión de
borrar un año de los vividos hasta el momento, lo tendríamos francamente
difícil. No voy a hacer un balance de lo perdido; no voy a meter el dedo en la
llaga de la pobreza, de las desigualdades, de la desesperanza y del futuro
imperfecto. Las heridas siguen abiertas y sin visos de cicatrizar. Cada cual tiene las suyas y se las lame como
puede. O hasta que puede.
Pero hay una herida colectiva que se infecta año a año
y que amenaza con gangrenarse, llevándonos al final de los finales. Es la falta
de confianza, de alegría. De esperanza. Nos engañamos con las fiestas, los
parabienes, los brindis, los regalos del papá Noel de turno, las risas
puntuales en comidas y cenas familiares, en tardes de compras o en
celebraciones varias. Pero falta la alegría, que viene casi siempre de la mano
de la ilusión. También ausente.
Se han escondido en algún remoto rincón para no ver
las guerras, las caras de tristeza de los refugiados, el mundo convulso, la
insolidaridad, las fronteras con vallas y cuchillas, el Mare Nostrum que para
ellos en un cementerio. Suyo.
Para no ver a todos los que han quedado en el camino
de la supuesta recuperación, a los trabajadores pobres, a las familias sin luz
y sin calor, a los que han tenido que marcharse y a los que aquí, encadenan
empleos precarios sin proyecto alguno de vida.
Por eso no sirve una tarjeta de “Próspero Año Nuevo”. Necesitamos
mucho más que buenos deseos. Más que una tarjeta de necesitamos sacudirnos el
fatalismo, la resignación y la amarga certeza de que los magos de Oriente sólo
dejarán carbón en nuestros zapatos.
Somos más y somos mejores que unos cuantos señores
gordos vestidos de rojo, o que tres tristes reyes, por muy investidos de poder
que se encuentren. No nos creemos lo que dicen unos pocos, (los que más
tienen), que sacrificándonos muchos (los de siempre), mejoraremos todos. Es
justo al revés.
Unos
cuantos apuntes para agradecer que la enfermedad nos haya respetado, que
seguimos teniendo buenos amigos y que hemos descubierto la solidaridad con
mayúsculas, la que viene de la gente de la calle. La que no se refleja en los
Presupuestos.
Con el puntapié en salva sea la parte al año que
dejamos, al mundo convulso, al incierto panorama político en todas partes, a la
ruptura del contrato social, tal y como lo concebíamos, mi único deseo es que
todos creamos que un mundo mejor es posible. Y que luchemos por conseguirlo. Por
salir del tiempo circular de Macondo y evitar la maldición de otros cien años
de soledad. Feliz año Nuevo.
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