Poco a poco (más deprisa de lo que quisiéramos), se van cayendo las mayúsculas de la vida. La V de vanidad, la I de impaciencia, la D, de deprisa, la A, de ambición.
Se caen estas y otras muchas letras capitales. Y surgen el vacío, la indiferencia, la duda, la ausencia; y el viaje sin retorno, los interrogantes sin respuesta, el dolor, a veces gratuito y lo absurdo de muchas mayúsculas, que no eran tan importantes porque, al fin y al cabo, la vida se escribe en minúsculas, sin resaltar, sin negritas y a un cuerpo pequeño, como son en realidad las cosas que nos parecían brillantes y enormes.
Tras una semana de entierros y adioses, de noticias de enfermedades y de malos augurios, casi sin querer, se pasa revista al relato de tu vida.
Se ha corrido la tinta, por acción del tiempo, y muchas de las páginas importantes hace unos años, ahora queda borroso, desdibujado. En minúsculas. Muchos conceptos claves han desaparecido del diccionario, por obsoletos o por falta de uso. Muchas de las mayúsculas, ya no son nombres propios. Son genéricos, comunes.
Y el camino ya no es la Vía Láctea, iluminada para ti especialmente. Son tristes farolas golpeadas por la crisis y las amarillentas bombillas de bajo consumo, que gastan menos pero no alumbran igual.
La vida se ocupa de ir enterrando tus mayúsculas bajo una capa de lugares comunes. Cambia tus presencias por ausencias, tus ilusiones por decepciones, tu fuerza en cansancio y tu presentimiento en certeza.
Y te obliga a seguir buscando mayúsculas con las que adornarla, con las que vivirla.
martes, 24 de enero de 2012
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Chapeau. Un disfrute leerte.
ResponderEliminarUn abrazo.
Como dice Antonio, da gusto leerte.
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