No sé donde vamos a llegar. Resulta que el preservativo fatídico para los negritos de África es ahora bueno para las prostitutas (creo que sólo mujeres) Y además, en estos días es noticia la iniciativa de unas monjitas de Zamora que realizan rezos virtuales. Como lo oyen. Creo que la cosa funciona así: Usted tiene un problema, manda un mail al convento y ellas rezan para que se solucione el tema o, en su defecto, lo asuma con resignación cristiana.
En fin, que el siglo XXI parece haber entrado en la Iglesia, o la Iglesia se ha dado cuenta de que han pasado los tiempos de la Inquisición. Pero no se hagan muchas ilusiones, porque el batacazo puede ser mayor al comprobar la triste realidad.
No es mala cosa lo de los ciber-rezos. Si la gente no va al convento, hagamos que el convento salga al espacio exterior. A través de la red o de donde sea. Al fin y al cabo, las monjas no hacen daño a nadie con sus plegarias.
Caso aparte es el de Su Santidad. No me creo yo que haya reflexionado acerca de las "perlas" que soltó por su divina boca en su reciente visita a España. Tampoco me convence la idea de que en un par de semanas su pensamiento haya evolucionado digamos, quinientos o seiscientos años. Ni que de repente le haya conmovido la imagen de miles de africanos muriendo de SIDA. Tuvo oportunidad de verlo sobre el terreno y no varió ni una coma de su discurso ¿Entonces? ¿Cómo es que ahora, de buenas a primeras des-demoniza el condón?
Lo han adivinado. Es que no lo ha hecho. Sólo ha apuntado que en algún caso (el de las prostitutas), se podría levantar la mano. El resto de los mortales, ya saben. Con gomita no se entra al cielo.
No entiendo el revuelo que se ha montado, ni los titulares que ha ocupado la noticia. Es que no hay noticia, o es tan poco importante, que sólo debería ocupar un par de líneas en las columnas de breves.
Me estoy pensando seriamente mandar un mail a las monjitas de Toro para que recen por el Papa. Igual, al tener hilo directo con Dios consiguen algo. Lo que no consigue la razón, las cifras de infectados por VIH, las de enfermedades venéreas, las de niños huérfanos, las de muertos...
Igual la solución está en el ciberespacio.
domingo, 21 de noviembre de 2010
martes, 9 de noviembre de 2010
Ojalá que llueva café (A propósito de la sobredosis de "tea party")
Soy de las que no se despierta del todo hasta que no huele a café en la casa, de las que necesita café en vena para funcionar, de las que no acaba de comer hasta que no ve el fondo de la taza del expreso, de las que mete la nariz en el bote hermético como deben hacer los drogadictos con el pegamento (supongo).
Vamos, que si lloviera café saldría a la calle sin chubasquero y sin paraguas para empaparme bien, para calarme hasta el último poro de la piel.
Ay, ojalá lloviera café en el mundo. Como dice Juan Luís Guerra, hace falta un aguacero que lave de una vez por todas el insulso te que nos anega, que nos amenaza, que se cuela en nuestras casas furtivamente, por debajo de las puertas, por las ventanas abiertas... Y lo impregna todo.
El "tea party", por utilizar el término americano, se está llevando por delante todo aquello por lo que hemos luchado en el último siglo, y aún antes. No al preservativo, sí a los hijos que Dios quiera; no a la multiculturalidad y sí al racismo; América para los americanos, Europa para los europeos y España para los españoles; blancos sí, negros, amarillos y de cualquier otro color, no; sí a las armas, porque hay que defenderse de tanto desalmado que viene a quitarnos nuestro país y nuestra forma de vida la mujer debe realizarse en el hogar; el SIDA es un castigo divino; la masturbación es pecado; Darwin era un embustero y la teoría de la evolución una patraña; los homosexuales son enfermos, y como tal hay que tratarlos...
No me he inventado nada. Son máximas recogidas de los discursos de distintos líderes del Tea Party americano y que, por desgracia, suscriben muchos discípulos aventajados en otras partes del mundo. También aquí.
Millones de litros de café tienen que caer del cielo para lavar tantos horrores, tanta regresión, tanta caspa. Hacen falta torrentes impetuosos y desbordados que arrastren a tanto retrógrado que amenaza con llevarnos a la época de las cavernas, envalentonados con la ventaja que les dan la crisis y el descontento.
Y mientras, seguimos mirando al cielo esperando la lluvia. Ojalá que llueva café.
Vamos, que si lloviera café saldría a la calle sin chubasquero y sin paraguas para empaparme bien, para calarme hasta el último poro de la piel.
Ay, ojalá lloviera café en el mundo. Como dice Juan Luís Guerra, hace falta un aguacero que lave de una vez por todas el insulso te que nos anega, que nos amenaza, que se cuela en nuestras casas furtivamente, por debajo de las puertas, por las ventanas abiertas... Y lo impregna todo.
El "tea party", por utilizar el término americano, se está llevando por delante todo aquello por lo que hemos luchado en el último siglo, y aún antes. No al preservativo, sí a los hijos que Dios quiera; no a la multiculturalidad y sí al racismo; América para los americanos, Europa para los europeos y España para los españoles; blancos sí, negros, amarillos y de cualquier otro color, no; sí a las armas, porque hay que defenderse de tanto desalmado que viene a quitarnos nuestro país y nuestra forma de vida la mujer debe realizarse en el hogar; el SIDA es un castigo divino; la masturbación es pecado; Darwin era un embustero y la teoría de la evolución una patraña; los homosexuales son enfermos, y como tal hay que tratarlos...
No me he inventado nada. Son máximas recogidas de los discursos de distintos líderes del Tea Party americano y que, por desgracia, suscriben muchos discípulos aventajados en otras partes del mundo. También aquí.
Millones de litros de café tienen que caer del cielo para lavar tantos horrores, tanta regresión, tanta caspa. Hacen falta torrentes impetuosos y desbordados que arrastren a tanto retrógrado que amenaza con llevarnos a la época de las cavernas, envalentonados con la ventaja que les dan la crisis y el descontento.
Y mientras, seguimos mirando al cielo esperando la lluvia. Ojalá que llueva café.
domingo, 7 de noviembre de 2010
La Reina Católica y otros apuntes con motivo de la visita del Papa
Vaya por delante que no hablo de la formidable Isabel, esa de dudosos hábitos de higiene y afanes conquistadores. Hablo de Sofia de Grecia, de la Reina, y de lo que da de sí un domingo con catarro y décimas de fiebre que sólo te permite ver la tele amodorrada, pongan lo que pongan, porque es un esfuerzo inútil sacar la mano de debajo de la manta para usar el mando.
Pues bien, y no lo he soñado, a mediodía sale una imagen del Papa con el Rey a un lado y la Reina al otro. Hasta aquí, más o menos normal. El Rey va vestido de traje y corbata, el Papa, de Papa ¿Y la Reina?
Aquí está la noticia. Va vestida de blanco, lo que parece que va contra el protocolo cuando se está en presencia del sucesor de san Pedro (aunque éste sea benedicto XVI). Horror.
Pero aquí interviene la pizpireta locutora, y nos informa que hay un privilegio, que se remonta a la noche de los tiempos, que permite a las soberanas católicas vestir de este inmaculado color en presencia de los príncipes de la Iglesia.
Uf, qué descanso. Ya pensaba en conflicto diplomático, en represalias internacionales, en excomunión colectiva al país y en no sé cuantas desgracias más.
Resulta que ya no somos la reserva espiritual de Occidente, que tenemos aborto y divorcio y hasta bodas homosexuales, que somos tan poco comprensivos que condenamos y no perdonamos la pederastia; que abogamos por el uso del preservativo, especialmente en Africa, que creemos firmemente que hay que perseguir los delitos los cometa quien los cometa, que vamos poco a Misa, que...
Y encima va la Reina y se viste de blanco. No se me ha parado la taquicardia hasta que, entre las brumas de la fiebre, he escuchado la explicación del atuendo de Doña Sofía.
Ahora me queda por dilucidar si lo ha hecho para dejar claro que es católica, para recordar a Benedicto (y a nosotros, de paso), sus privilegios o, simplemente, porque se ha visto mona en el espejo con el trajecito de marras.
En fin, sólo tengo unas décimas, y la fiebre no da para más alucinaciones.
Por cierto, el canal televisivo que daba la prolija explicación sobre el privilegio real no es ninguno de los que estais pensando.
Pues bien, y no lo he soñado, a mediodía sale una imagen del Papa con el Rey a un lado y la Reina al otro. Hasta aquí, más o menos normal. El Rey va vestido de traje y corbata, el Papa, de Papa ¿Y la Reina?
Aquí está la noticia. Va vestida de blanco, lo que parece que va contra el protocolo cuando se está en presencia del sucesor de san Pedro (aunque éste sea benedicto XVI). Horror.
Pero aquí interviene la pizpireta locutora, y nos informa que hay un privilegio, que se remonta a la noche de los tiempos, que permite a las soberanas católicas vestir de este inmaculado color en presencia de los príncipes de la Iglesia.
Uf, qué descanso. Ya pensaba en conflicto diplomático, en represalias internacionales, en excomunión colectiva al país y en no sé cuantas desgracias más.
Resulta que ya no somos la reserva espiritual de Occidente, que tenemos aborto y divorcio y hasta bodas homosexuales, que somos tan poco comprensivos que condenamos y no perdonamos la pederastia; que abogamos por el uso del preservativo, especialmente en Africa, que creemos firmemente que hay que perseguir los delitos los cometa quien los cometa, que vamos poco a Misa, que...
Y encima va la Reina y se viste de blanco. No se me ha parado la taquicardia hasta que, entre las brumas de la fiebre, he escuchado la explicación del atuendo de Doña Sofía.
Ahora me queda por dilucidar si lo ha hecho para dejar claro que es católica, para recordar a Benedicto (y a nosotros, de paso), sus privilegios o, simplemente, porque se ha visto mona en el espejo con el trajecito de marras.
En fin, sólo tengo unas décimas, y la fiebre no da para más alucinaciones.
Por cierto, el canal televisivo que daba la prolija explicación sobre el privilegio real no es ninguno de los que estais pensando.
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