Sí, escrito, leído o escuchado de esta forma, parece que viene el coco. Menudo revuelo se está armando, por una y otra parte (tiene más razón la otra que la una, que todo hay que decirlo). Vale que es una "visita de Estado", por cuanto que Benedicto XVI es el máximo mandatario de su país, aunque sea el más pequeño del mundo; vale que la religión sigue moviendo a las masas y que estamos en Año Santo Compostelano.
Paro teniendo todo eso en cuenta, no deja de ser una visita más de las que se producen en un estado laico como el nuestro y como el de la mayoría de los países occidentales. Debiera ser algo así como el que nos visitara el Dalai Lama, el patriarca de la Iglesia Ortodoxa o el Aga Khan.
Y no lo es. La pesada y milenaria maquinaria del catolicismo hace que todo se magnifique, que no haya ni visos de normalidad en lo que tendría que ser una visita normal en una sociedad democrática, pluralista y, sobre todo, madura para aceptar la multiculturalidad, la pluralidad, la diferencia en raza, sexo, costumbres, tradiciones... Y religión.
No se justifican los gastos excesivos, ni la información excesiva, ni las discusiones excesivas, ni el proselitismo ni la contestación excesivos.
Y todo eso, sin querer entrar en lo que significa el personaje que nos visita. Dejo para otra ocasión la opinión que me merece quien tapa abusos, condena el preservativo, limita el acceso de la mujer a su propia Iglesia o trata a los homosexuales como apestados.
Eso será materia de otra entrada, cuando esté de un humor diferente. Me consuela saber que esta vez no voy a cruzarme con la visita. He "sufrido" dos de estos viajes de película de los Pontífices, ambos de Juan Pablo II, antecesor de nuestro huésped de ahora. El primero fue en Madrid, con cortes de tráfico, atascos y otras cosas.
El segundo, aún me indigna cuando me acuerdo. Fue en París, hace diez o doce años. Entonces, mis acompañantes se dejaron por ver el sagrado Corazón o el interior de Notre Dame (yo ya los había visto), entre otras cosas, porque se habían cerrado para el Papa, despreciando a los miles de turistas que en el mes de agosto poblamos la Ciudad de la Luz.
Para colmo, overbooking en el vuelo de vuelta y pérdida de maletas. Había mucho jaleo con la visita del Papa. Justificación oficial de la compañía aérea de turno.
Pues eso. Que Dios y Benedicto XVI les pillen confesados. Prepárense, que viene el Papa.
domingo, 24 de octubre de 2010
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