ESCRITO EN LA ARENA

Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 16 de enero de 2020

Desde Macondo. NUEVAS VACUNAS


Ahora que tanto se habla de la difteria y el sarampión, de antiguas y nuevas enfermedades causadas, entre otras cosas, por la falta de vacunación, se me ocurre que no hay vacuna para la aporofobia; que no se llamaba así hace unos años, cuando se quemó a una indigente en un cajero, y se apaleó a varios sin techo, obligándonos a familiarizarnos con la palabreja.
     No me gustan los pobres. Para nada. Por tradición o por educación siempre hemos asociado la pobreza a suciedad, mal olor, niños con mocos y moscas, pies y uñas negros, piojos y otros inquilinos. Nadie se ha molestado nunca en explicarnos que los desharrapados de los cuentos infantiles, los pilluelos mugrientos y los ladronzuelos de los libros de Dickens o los mendigos borrachos de infinidad de relatos no estaban ahí porque si, por gusto o porque hubieran elegido ese personaje en el reparto de papeles.
       Y que conste que tampoco me he identificado nunca con esas señoronas con pieles y joyones que se tapan discretamente la nariz con el pañuelo mientras realizan supuestas obras de caridad. Ni con la marquesa, condesa o lo que sea Esperanza Aguirre, a la que siempre ha molestado la mala imagen que dan los sin techo en la capital del Reino, y no se ha cortado nunca en decirlo.
       Pero no me gustan los pobres. Matizo, no me gusta que haya pobres y me pone los pelos de punta escuchar las historias particulares, las de los “pobres de cuna” y las de los pobres sobrevenidos, cada vez más, que relatan a quienes les quieran escuchar que una vez tuvieron una casa, y un coche, y un trabajo y un sueldo que les permitía ir al cine y hasta de vacaciones.
      Tal vez habría que escucharlos más para no tener que oír hablar, insistentemente, de la nueva plaga que hemos incorporado con soltura y familiaridad a la  xenofobia y al racismo. Aporofobia. El término está formado a partir de la voz griega á-poros, "sin recursos" o "pobre", y fobos, "miedo". Juntando todo, aporofobia significa "odio, miedo, repugnancia u hostilidad ante el pobre, el que no tiene recursos o el que está desamparado".
      Y hete aquí que no hay día en que no leamos que un pobre, un sin techo, un hombre que dormía en la calle, haya sido atacado a botellazos, o a palos o a patadas,  por un grupo de chicos, borrachos y menores, a poder ser. O sea, inimputables. Vamos, que se van a casa sin más. Sin tratamiento para la aporofobia, con el riesgo de tener un nuevo brote en cualquier momento, ante la presencia de un nuevo mendigo de los muchos que hay en nuestras calles.
      La vacuna es la educación, el fomento de los valores de respeto, de igualdad, de atención a los más necesitados. Y de eso están muy escasos los laboratorios del mundo en que vivimos.

domingo, 12 de enero de 2020

RIMA LIBRE


Verso suelto es el que no rima en una composición en la que todos los demás sí lo hacen. No es verso libre, no es poesía sin rima. Es eso, suelto. Y es, a menudo, el que marca la diferencia, el que da sentido a todos los demás, a esos que juntan flores con amores y alegría con melancolía; y amor con dolor, y tristeza con entereza, y muerte con suerte.
Resulta que ha acabado la crisis, o eso nos cuentan, pero lo cierto es que cada dato que conocemos nos reafirma en que quedan demasiados versos sueltos para componer un poema medianamente legible. Suben los sueldos de los directivos; los de los curritos, menos de la mitad de la mitad. Se crea empleo, pero empleo basura, en el muy indigno marco del precariado. Conocemos que en Madrid, por ejemplo, un médico cobra a 3,70€ la hora de guardia.
Y no os digo nada de la gente que sigue durmiendo en la calle, muriendo en el mar…
         Nos presentan un soneto más o menos perfecto, con reglas impuestas e inamovibles, llegadas de Europa, del capital, de los mercados, de las agencias de calificación, de la eurozona o de los mismísimos estados Unidos.
Cada línea, cada verso, medido hasta la exactitud, sin una sílaba más, sin rimas malsonantes. Para leerlos y comentarlos en círculos selectos y con las puertas y ventanas cerradas para que no distraiga el paisaje de fuera.
Les sonará bien a los de siempre, a los que se han ocupado, en nombre del déficit, la deuda y demás conceptos que no caben en nuestra forma de entender la poesía; pero habrá millones de versos sueltos. Y eso hay que solucionarlo ya, ahora que estrenábamos gobierno.
Que solidaridad no rima con usura, paz no rima con guerra; ni trabajo con paro, ni confianza con miedo, ni futuro con presente, ni muerte con vida, ni compartir con robar. Ni ser con estar.
          No queremos un poema neoliberal en el que queden fuera y sin sentimientos, los desahuciados, los estafados y robados con las preferentes, los pensionistas con pensión menguante, los parados, las mujeres expulsadas del mercado laboral cuando estaban recién llegadas; los millones de personas que viven en el umbral de la pobreza, los niños con hambre, los jóvenes sin hoy ni mañana, los discapacitados sin ayudas, sus familiares desesperados, la clase media con salarios y condiciones de trabajo medievales, los alumnos sin beca y los pueblos sin escuelas, sin servicios y sin futuro.
Hay que echar el resto para recomponer la poesía, que quedan demasiados versos sueltos y  muchos poetas se habrán quedado por el camino. Y, por supuesto, la rima debe ser libre.

jueves, 9 de enero de 2020

Desde Macondo. QUE ESPEREN LOS ARENALES

Desde Macondo
QUE ESPEREN LOS ARENALES
Siempre me ha llamado la atención que sus Majestades de Oriente, con la amplia experiencia que dan más de dos mil años de cruzar el mundo de este a oeste, no hayan tenido tentaciones de quedarse por aquí una temporadita. Vamos, que igual lo han hecho y no nos hemos enterado, y han llegado a tiempo para pillarle el rastro a la estrella y subirse al camello.
      En fin, que con la misión cumplida, los regalos entregados y la adoración cumplida, ya deberían andar de vuelta, por los arenales, cruzando el desierto para retirarse a sus cuarteles de verano.
      Pero este año, más que nunca, deberían plantarse y quedarse por estos lares, que no está la cosa en Oriente como para andar de excursiones, por muy Mago que se sea. El caso es que obnubilados como hemos estado entre fiestas, investiduras y aventuras catalanas varias, hemos atendido más bien poco (o nada), a lo que pasaba cruzando la arena.
            Y  es serio. Tanto como para quedarse, aunque tampoco sea garantía de nada, que los misiles llegan hasta donde quieren llegar. Con la orden de ejecutar al general iraní Soleimani, el presidente de Estados Unidos le ha roto los esquemas a los Magos, y ojala la cosa se quede solo ahí, y no nos salpique a todos los demás. Porque no solo elimina a un enemigo, sino que ha volado uno de los pilares de su política exterior. Trump amenaza con atacar 52 objetivos iraníes si Teherán golpea a intereses de Estados Unidos.
         
           Irán ya ha contestado. Los americanos, se arman hasta los dientes. Putin, se va de tournée por Siria, para dejar claro que él, como Teruel, existe. Irak, vela armas. Los Reyes, por los arenales, y nosotros... en medio.
          
          Tengo tan fresca en la memoria la "guerra en directo" , y todo lo que vino después, que no puedo ni imaginar otra otra Tormenta del Desierto, Libertad duradera ni nada de nada parecido. Y ya me cuentan que hay chavales haciendo cola en las oficinas de reclutamiento para defender a su país. Vamos, que han soltado los regalos de Reyes de hace un par de días para agarrarse al fusil.
          
           La carta ya no llegará a tiempo. Pero había que escribirla. Por si Melchor, Gaspar y Baltasar pueden, de verdad, hacer magia.

domingo, 5 de enero de 2020

OREMUS


Me gusta el latín. Sí, me gusta, y ya tengo más que superadas las bromitas de aficiones viejunas  y lo último en tecnología punta.  Me dan alergia las videoconsolas y no juego a nada en el móvil.  Pero recuerdo con añoranza las declinaciones y las tardes con mi padre descifrando la Guerra de las Galias, como si de un crucigrama o un puzle se tratara, encajando acusativos y nominativos con sujetos y predicados.  Y si habéis acabado de reíros, o de juzgarme por trasnochada, vamos a lo que nos ocupa.
Habréis visto, por obligación o por devoción, y unos más que otros, el extraño debate de investidura, con navidades y alevosía, que se supone culmina el día que se publica este artículo.  Tranquis, que no voy a hablar de eso más que lo imprescindible para colocaros en situación. Ya sabemos que se rompe España, que vuelven los terroristas, que estamos en manos de delincuentes desalmados, que el Rey y la Constitución van a acabar malamente…
Y que ante todo eso, sólo cabe rezar. Oremus.  Justamente el latín que no me gusta, el de las Misas en las que no entendía nada, porque el cura de turno tenía un ataque de megalomanía y le daba por sacar a paseo sus conocimientos de Seminario. (No los de Julio César o Cicerón).
Pues eso, que el arzobispo de Valencia, ante tanto horror desatado, sólo ha encontrado esta solución. Esta recomendación: Oremus.  Antonio Cañizares ha  hecho un llamamiento a “orar por España” mientras “no se aclare el futuro incierto” del país, que a su juicio se encuentra en “una situación crítica” y “de verdadera emergencia”. Bueno, tampoco es tan raro. Opina como buena parte de la Cámara.  Y en latín, que tiene un plus.
Pero en este caso, me interesa mucho más el “Román paladino” de Javier Baeza, cura del madrileño  Centro Pastoral San Carlos Borromeo en Entrevías, que ha replicado con contundencia a la cúpula de la Iglesia, tan preocupada por la situación política de España. “Yo sí que rezaré: para que se acaben los desahucios, que no haya devoluciones en caliente, que todos podamos acceder a una educación pública de calidad, que se acabe la privatización médica, que los refugiados sean acogidos, que el odio no habite los corazones... claro que rezo!!!” 
Y lo ha escrito en Twitter, no en una Pastoral leída en todas las iglesias de las respectivas diócesis.
Me gusta imaginarme a Dios traduciendo. Volviendo a los orígenes y pasando al lenguaje de la solidaridad, de la justicia, de la igualdad, de la comprensión, de la misericordia, los pomposos “oremus” que se pronuncian envueltos en ostentosas capas pluviales, con el cáliz de oro en las manos  y desde lo alto del altar.
Conectado con los tiempos y recomendando el latín como el Candy Crush. Para los ratos libres.

domingo, 29 de diciembre de 2019

Desde Macondo. LA BUENA TIERRA


Todos los que somos de pueblo, y aún sin entender nada de nada del campo y sus faenas, hemos oído en más de una ocasión eso de “esa tierra no vale para nada”, “en ese pedazo no hay más que piedra", "ahí no crece más que mala hierba” o, por el contrario, “cualquier cosa que se siempre agarra”, o “qué maravilla, que ya la trabajaba el padre, el abuelo o el bisabuelo, y nunca ha defraudado”.
La tierra es así, como la vida misma. Con sus cosas buenas y malas. Viendo y leyendo lo acaecido en Murcia con el maltratado y moribundo Mar Menor, he recordado una bellísima novela, La Buena Tierra, ambientada en la China pre-comunista, y que le valió el Pulitzer a su autora, Pearl S. Buck, posteriormente premio Nobel. La obra transcurre en torno a una tierra, a la forma de trabajarla y a los resultados que para cada uno de los miembros de la familia tiene el arrancar los mejores frutos a una herencia de varias generaciones atrás.
Una buena tierra que no precisaba más que de sol, nubes y tiempo, sin fosfatos ni pesticidas, sin abonos químicos para arrancar más de una cosecha cada año, sin experimentos para sembrar lo que pita, lo que da más rendimientos, dinero fácil.
Hemos visto, estamos viendo, las consecuencias de una agricultura salvaje, de cómo la naturaleza devuelve, en el agua, el maltrato que se da a una tierra que no está preparada para ninguno de los esfuerzos a los que se la está obligando. Que nunca entenderá la ambición humana.
No se entiende matar un mar (aunque sea Menor), asfixiar literalmente una laguna que ha permanecido ahí durante siglos, por sacar un puñado, o muchos, más de frutos a la tierra exhausta por la sobreexplotación. Me consta que hay expertos que llevan años diciéndolo, y a los que evidentemente no han escuchado. Que han explicado por activa y por pasiva que todo lo que se hecha a la tierra se filtra a las aguas, con el catastrófico resultado que conocemos ahora, y del que aún no sabemos toda la magnitud.
Con cada petición de trasvase, con cada hachazo que Murcia le daba al Tajo (y que pretende seguir dando), se ha ido acercando un poco más a su propio desastre. Tendrá más tomates y más pimientos, pero está matando a la gallina de los huevos de oro del turismo.
La tierra, la buena tierra, también dice basta ya. Como el agua.

PRÓSPERO AÑO


Bueno, pues ya tenemos un pie en el Año Nuevo. Con tanto “meme”, “gif”, vídeos virales y frases hechas varias, enmarcadas en botellas de champán, serpentinas, gorritos y demás que invaden nuestros teléfonos y correos electrónicos en estas fechas, me siento viejuna y trasnochada expresando el deseo de toda la vida para lo que se nos avecina. Próspero Año Nuevo.
Sin más. Sin bromitas más o menos afortunadas o divertidas. Claro que podemos pedir una pareja, o un divorcio, o un chalé o uno de esos carísimos coches que llevan los deportistas famosos. Supongo que eso también es desear prosperidad, que al fin y al cabo el diccionario de la Real Academia (que espero me acompañe también en el año nuevo como en todos desde que tengo memoria), define próspero, dicho de una persona, como “que tiene éxito económico”.
Vamos, que hay que acudir a otros textos, a los sinónimos, al María Moliner y su Diccionario de Uso del Español, para asegurarnos de que próspero es también “favorable, propicio, venturoso”. Que no todo es economía y dinero. Que puede haber prosperidad sin IBEX, sin liderar  crecimiento del PIB de Europa y el mundo mundial y sin esas fastuosas recuperaciones que nos anuncian cuando la cosa está ya muy fea.
Ojalá 2020 sea próspero. Que sea venturoso y propicio para la igualdad tan lejana y casi inaccesible, para la solidaridad, que casi ha desaparecido del diccionario oficial, y sólo permanece en pequeños textos individuales, en el corazón de cada cual y en los esfuerzos de ONG y asociaciones humanitarias que suplen los “olvidos” de los dirigentes. Que sea próspero para las mujeres maltratadas y asesinadas que conforman una larga y penosa lista a finales de este 2019. Y para los que no tienen trabajo, o para los que, trabajando, no llegan ni tan siquiera a mitad de mes.
Que sea favorable para el diálogo y el entendimiento a todos los niveles, que con los años hemos dejado en desuso, además de desear próspero Año Nuevo, eso de que hablando se entiende la gente. Hablando, no con leyes y decretos, que son el último recurso. O deberían serlo.
Y hablando de personas, que vuelvan, volvamos, a ser lo primero. Que los corazones vuelvan a ocupar el lugar que les han usurpado las carteras; que las palabras sustituyan al tintineo de las monedas, y los abrazos y los besos, a los emoticonos uniformes y monótonos. Y el llanto, sano y liberador a veces, no quede reducido a otro muñeco con ojos chorreantes.
Y que sea bueno para la Tierra, la de todos, que ve impotente cómo descolocamos los años, las estaciones, los mares y los ríos, los cielos y los hielos; los pájaros y los peces…
No voy a hacer balance. Que tanta paz lleve 2019 como descanso deja, que se dice en mi pueblo. Unos cuantos apuntes para agradecer que la enfermedad nos haya respetado, que seguimos teniendo buenos amigos y que volvemos a constatar que hay gente buena.
Con el puntapié en salva sea la parte al año que dejamos, al mundo convulso, al incierto panorama político en todas partes, a la ruptura del contrato social, tal y como lo concebíamos, al planeta azul que hemos habitado siempre, mi único deseo es que todos creamos que un año mejor es posible. Y que luchemos por conseguirlo.
Que tengáis todos un próspero Año Nuevo.

jueves, 26 de diciembre de 2019

Desde Macondo. VUELTA AL PUEBLO… POR NAVIDAD

A fuerza de verlo año tras año, desde que tengo memoria, identifico claramente el producto que se anuncia indefectiblemente por estas fechas. El de la vuelta a casa por Navidad, con sus dosis de azúcar casi tan altas como lo que vende. Que no necesita aclaración. Sin embargo, y por mucho que lo pienso, no recuerdo qué hay detrás de un spot que he visto una docena de veces durante los últimos días, y que es una versión actualizada o modernizada del clásico de los turrones.
      Tiene dos versiones. En la primera, dos ancianos en una pequeña mesa camilla, uno frente a otro, en un escenario de tonos grises y compartiendo una sopa o algo así. En la siguiente escena, ya en colores, la mesa se alarga y se llena de gente, de niños y de todo tipo de viandas. La segunda versión, similar, nos muestra a los abuelos en la misma mesa, viendo la tele, y al instante, con la tele apagada, un salón lleno de regalos, de zambombas y panderetas. De compañías frente a las soledades.
      Todos los ingredientes para imaginar la típica casa de pueblo despoblado, en la que sólo viven los abuelos todo el año hasta que, por Navidades, o en verano, alguien se acuerda de que ahí hubo vida, hubo fuego, y quedan rescoldos. A punto de convertirse en cenizas, eso sí.
      Los pueblos tienen una “florecilla” por Navidades. Efímera. Flor de un día y eso, mientras aún queda alguien a quien visitar, algo que, por ley de vida, se acaba.  Mientras haya quien ocupe la mesa camilla, habrá posibilidades de alargarla, aunque sea por tiempo definido. Pero habrá pueblo.
      Soy de las que vuelve al pueblo por Navidad. Y siempre que puedo. De las que echa en falta cada vez a más gente,  de las que le duele cada cartel de “se vende” en casas antaño ocupadas, y de las que recuerda tiempos gloriosos, cuando éramos tantos… Y de las que no se resigna a que el tema de la despoblación sea de los que siempre está sobre la mesa, pero que nunca se aborda en condiciones. Es como la Navidad, unos días de atención… Y a otra cosa.
      Los pueblos deberían ser la niña bonita de cualquier Gobierno medianamente inteligente. De cualquiera que hiciese cuentas para concluir que el 80% del Patrimonio Cultural del conjunto del Estado se encuentra en zonas rurales. Y me refiero  a patrimonio arqueológico, histórico-artístico, natural, industrial, eclesiástico, civil. Patrimonio material e inmaterial. Y por supuesto, el 100% de nuestro Patrimonio Natural.
      Y a pesar de todo, los datos son sangrantes, de los que duelen en el cuerpo y en el alma. Más de 4.000 municipios españoles sufren problemas de despoblación y 1.840 localidades ya están consideradas en riesgo de extinción.  Habrá que darle las gracias a quienes decidieron cerrar consultorios y escuelas, hacer cada vez más mínima, hasta extinguirla, la oferta sanitaria, educativa, etc., muy centrada en los grandes espacios, pero tan cruel con las pequeñas poblaciones. Por no hablar de cortar de raíz líneas de transporte público, “olvidarse” de las infraestructuras y hasta de las conexiones telefónicas en la era de Internet.
      Quiero volver al pueblo por Navidad, al pueblo,  no a un mero contenedor de personas mayores, a la espera de que fallezca el último habitante, o sus hijos decidan llevarlo a la ciudad. Ya hay situaciones irreversibles. Pero aún estamos a tiempo de reclamar actuaciones que hagan la vida más fácil a quienes por elección o por obligación viven en el mundo rural y, sobre todo, que hagan atractivos nuestros pueblos.
      Hablar de “repoblación” es tal vez una quimera. Pero tan hermosa como soñar con Macondo. O con la magia de la Navidad.