Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 26 de noviembre de 2015

Desde Macondo. Y AHORA, LA CAMPAÑA

La oficial. Porque hace mucho tiempo que tengo la sensación de estar en campaña continua, de vivir rodeada de eslóganes, de musiquillas irritantes y megafonías cansinas a la hora de la siesta (y a cualquier otra), de carteles, de vídeos, de mensajes más o menos impactantes… Vamos, de no ser yo, sino mi voto.

       Cuando vuelva a salir esta columna, en una semana justa, ya tendremos las ciudades “tomadas” por caras sonrientes colgadas de farolas y fachadas. De encender la tele o poner la radio, mejor ni hablar. Quince días para desaparecer del mapa y evitar la muerte por sobredosis.
       Y lo único que me pide el cuerpo es instalarme cómodamente en una ciudad inexistente de un país imaginario para darme la oportunidad de ver la vida desde otro punto de vista, para contarla sin agobios y con tierra de por medio. Y con la tranquilidad que proporciona saber que, si las cosas se ponen feas, siempre podré hacer como Remedios la Bella, que un buen día salió volando entre flores amarillas, y nunca más volvió.
       Desde Macondo, con sus casas de paredes de cristal, se ve todo. Pero de forma diferente. Veo a los candidatos, afanados en convencernos, trabajando duramente en dos semanas de infarto. Es la campaña. Con sus debates, sus repartos de propaganda, sus encuentros con jóvenes, mujeres, empresarios, colectivos varios… Seguro que todo os suena.. Porque todo se repite, aunque cambie el atuendo cuidadosamente elegido, ni muy progre ni demasiado serio, que todo tiene sus lecturas, aunque ahora los candidatos bailen, o canten o hagan puenting.
       Están convencidos de hacer lo que deben, que se esfuerzan en poner la sonrisa profidén, por contar los abrazos por docenas y los besos por centenas; y los kilómetros por miles, y las palabras, por millones. Creo, de verdad, que llegan cada noche a casa con la satisfacción del deber cumplido, y que, cuando cuentan los votos que creen haber arrancado, piensan que mañana tienen que echar el resto. Ya queda menos, y cada minuto cuenta.
       A estas alturas de columna, creo que habréis deducido que me aburren las campañas electorales. A veces, hasta me crispan. Pero es lo que hay.
       Desde Macondo, con su tiempo eterno, sus epidemias de insomnio y sus extraños nacimientos de niños con cola de cerdo, miro curiosa la corbata azul de los aspirantes, los paseos por el centro de tal o cual candidata, el tierno beso al niño-foto del día-, los coches circulando con la música machacona a toda pastilla, los carteles y banderolas desteñidos por el sol y el agua a medida que transcurre la campaña.
       Y recuerdo, qué casualidad, que las lluvias que destruyeron mi pueblo imaginario duraron exactamente cuatro años, once meses y dos días. Casi como una legislatura.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Desde Macondo. TRISTES GUERRAS

Suenan tambores de guerra y el ruido ensordecedor tapa-de momento-el resto de los sonidos. El sonido de la crisis, el de las corrupciones, el drama de los parados, los lamentos de la solidaridad y la justicia heridas de muerte, el de la democracia enferma…
         Todo calla ante la guerra. Tristes guerras si no es amor la empresa. Tristes armas si no son las palabras. No hay más palabras en el diccionario, ni más colores n la paleta que el negro de la noche, del humo y de la pólvora, el rojo de la sangre, el verde de los soldados y el brillante plateado de los aviones.
        Condenando todo lo que de condenable y horrible tienen los sangrientos atentados de París, y dando por sentado que no sé nada de estrategias, no alcanzo a entender las llamadas a la guerra, cuando no nos enfrentamos a un enemigo convencional, a un ejército como los de toda la vida, con su territorio, sus fronteras, sus soldados. Con sus muertos civiles y sus daños colaterales.
         No sé qué saben y conocen los sesudos servicios de Inteligencia del mundo occidental que les permita creer que la guerra es la solución y que cuantos más países nos apuntemos a ella, mejor. Y no quiero ni pensar en las miles de personas atrapadas en medio del fuego cruzado.
         Nos han sacudido las entrañas los muertos de París. Las mismas entrañas que estaban relativamente tranquilas mientras se masacraba a civiles indefensos, mientras se acumulaban miles de víctimas, millones de desplazados y refugiados que sólo han merecido unos segundos en el telediario, y eso si había alguna imagen impactante que echarse a la cámara, tipo niño entre ruinas humeantes o similar. O ejecuciones salvajes. Así durante meses y meses, ante la impasibilidad de la ONU.
         Pero ahora suenan tambores de guerra. Alguien ha decidido que es el momento aunque el resultado sea incierto, o peor aún, esté lleno de certezas.
         El Coronel Aureliano Buendía que promovió 32 guerras civiles y las perdió todas, llegó a una conclusión, "no imaginaba que era más fácil empezar una guerra que terminarla”. En su soledad infinita, "cuando se recibían noticias de nuevos triunfos y se proclamaban con bandos de júbilo, él medía en los mapas el verdadero alcance, y comprendía que sus huestes estaban penetrando en la selva, avanzando en sentido contrario al de la realidad."
         En el mismo sentido que avanza esta guerra en la que el mundo se embarca ahora, y que será difícil terminar. Tristes guerras.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Desde Macondo. PORQUE ERA MÍA

Cuatro mujeres muertas pocas horas después de la celebración de una marcha histórica en contra de la violencia de género. Una respuesta macabra y cruel. Algo así como el “ahora vas a llorar con razón” que te decía tu madre al darte un cachete. Cuatro, para que quede claro por qué parte de su anatomía se pasan algunos las protestas, y hacia qué lado miran otros.
       No es pena, ni indignación, tan siquiera impotencia. Es rabia, sin paliativos, lo que llevo intentando digerir sin ningún éxito. Somos más de la mitad de la población. Han pasado muchos años desde que empezamos a votar, a estudiar, a integrarnos en el mundo del trabajo… Y aquí estamos. Copando las cifras del paro, con empleos peor remunerados que los hombres, con años más largos, que una mujer tiene que trabajar 418 días para ganar el mismo dinero que un hombre cobra por 365 días de trabajo.
       Y además, violables, maltratables, asesinables. Propiedad del macho alfa.
       Siempre que hay un asesinato, la maté porque era mía, con su posterior historia, se había separado, tenía otra pareja, se había marchado de casa harta de malos tratos o porque quería ser dueña de su vida, vienen a mi mente los versos de Agustín García Calvo, la más bella declaración de amor que conozco: “Libre te quiero, como arroyo que brinca de peña en peña. Pero no mía”.
       Ni de nadie. Que han pasado los tiempos de los trogloditas que porra en ristre encontraban quien les calentara la cueva y les diera hijos; y el Medievo y el derecho de pernada, y los años oscuros de la mujer en casa y con la pata quebrada. Son, deberían ser, tiempos de mujeres libres, y nos encontramos hablando un día sí y otro también de muertes violentas sin que esto parezca tener fin.
       No es problema de mujeres, aunque seamos nosotras las víctimas. Una sociedad que permite esto es una sociedad enferma. Y todo cuenta. Cuenta la educación, cuenta la desigualdad y la falta de medios para acudir a la Justicia o para encontrar ayuda, cuentan las leyes injustas, la discriminación a la hora de acceder a puestos de responsabilidad o, simplemente a cobrar lo mismo por el mismo trabajo. Y cuenta la sensibilidad para estar del lado de las víctimas.
       No podemos resignarnos. No podemos convertirlo en una conversación más. Una más, qué horror, cuántas van este año, ¿son más que el año pasado por estas fechas? ¿Ha sido con un hacha o con un cuchillo? ¿Estaban los hijos delante?
       No somos de nadie. Y nos ha costado mucho ser libres. Tan altas, bajas, rubias, gordas o flacas, listas o simples, madres o no, trabajadoras o desempleadas, serias o alegres. Como cualquier hombre. Como cualquier persona.

jueves, 5 de noviembre de 2015

Desde Macondo. TODOS LOS NOMBRES

Curiosamente, en la deliciosa novela de Saramago de la que tomo prestado el título, no hay nombres. Sólo el suyo, don José , el protagonista. A lo largo del libro aparecen más personajes, pero todos ellos anónimos. El jefe, sus compañeros de trabajo, la vecina, los padres de la desconocida, el director del colegio, la asistenta de la tienda, el pastor, etc. No son importantes. No tienen nombre.
       Y poner nombre, cara y circunstancias a cualquier historia es una máxima del Periodismo. Siempre me lo han contado así. Lo próximo, lo cercano, lo que conocemos, es lo más importante. Y hay que acercar lo que queda lejos dotándolo de rasgos humanos, de cualquier detalle que nos sacuda la conciencia y nos haga leer el artículo hasta el final. Claro que es lógico que nos sobrecojan más las tragedias que pasan a nuestro lado, en nuestro lugar de residencia, en nuestro país, que las grandes catástrofes que suceden al otro lado del Globo. Y que a fuerza de ser grandes, han perdido todos los visos de realidad.
       Después de semanas, meses, años leyendo, escuchando y viendo las mil y una tragedias de los refugiados o los inmigrantes, de acostumbras la pupila a los vaivenes de pateras a la deriva, de camiones frigoríficos con macabra carga humana, de manos y pies lacerados por las afiladas concertinas, un día vemos la imagen de un niño ahogado en la playa y se nos encoge el corazón. Y todos intentamos respirar al tiempo que el pequeño sirio al que se esfuerzan en reanimar dos pescadores turcos.
       Uno es Aylan. El otro, Mohamed. Y en un pis pas sabemos todo de sus familias, de la vida que tenían en su país antes de que la guerra les obligara a irse, de la dureza del viaje a ninguna parte que emprendieron, y hasta de los escasos enseres domésticos que acarreaban para una nueva e incierta vida.
       Lo sabemos todo de ellos, y aún nos quedamos con ganas de conocer más. Porque tienen nombre. Ni un dato de la docena de pequeños que han perdido la vida en aguas griegas esta semana. Ni el sexo, ni la edad. Ni tan siquiera conocemos el número exacto, por aquello de las estadísticas, para que luego aparezca en titulares eso de “nosecuantosmil" inmigrantes han perdido la vida en el Mediterráneo en lo que va de año”. O de mes. O en un fin de semana.
       No tienen nombre, y también el número es incierto. Y lo peor es que nos estamos acostumbrando a ello. A despacharlo con “otro montón de ahogados”. Quizás haya que borrar del mapa esta Humanidad y empezar de nuevo, como en Macondo, cuando el mundo era tan reciente que las cosas carecían de nombre, y había que señalarlas con el dedo para nombrarlas.
       Para que todos tengan nombre.