Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

miércoles, 29 de abril de 2015

Desde Macondo. MI VAQUERILLO

Curada de espanto me creía, y mire usted por dónde se me vuelven a saltar las lágrimas al recordar-me la sé de corrido-una de esas lecturas ñoñas de la escuela franquista que nos dejaban claro cuál era el lugar de cada uno, nuestro lugar. Como los Santos Inocentes, pero en verso y con señoritos buenos en lugar de malos.
          No se me ha ido la pinza, aunque la he cogido al vuelo. Pero escuchando al vicepresidente del Círculo de Empresarios, de pomposo apellido Vega de Seoane, hablar de los “pobrecillos parados que estarían encantados con otra reforma laboral” que les permitiera comer si acaso un trozo de pan duro, se han apoderado de mi como un alien los versos de Gabriel y Galán, “Mi Vaquerillo”, que me quebraban la voz de chica, y me la quiebran de grande, por razones bien distintas.
           “He dormido esta noche en el monte/con el niño que cuida mis vacas/en el valle tendió para ambos/ el rapaz su raquítica manta/. Y se quiso quitar, ¡pobrecillo!, su blusilla y hacerme almohada…” Y a partir de ahí, el señor reflexiona sobre la dura vida del pastorcillo, sobre las noches frías, la soledad, los peligros del lobo y las tarántulas, “¡Vaquerito mío! ¡Cuán amargo era el pan que te daba!” “He pasado con él esta noche,/y en las horas de más honda calma/me habló la conciencia/muy duras palabras...”.
           Qué tiempos. Quien me iba a decir a mí que, peinando canas ya, iba a echar de menos a los jefes de otra época, que de cuando en cuando apadrinaban a los hijos de sus peones, o les pagaban los estudios, si veían que eran espabilados. Incluso les daban los trajes que ya no usaban, que les hacían un regalito por la Comunión y día libre los domingos, siempre que fueran a Misa y que se lo agradecieran eternamente.
          Los pobrecillos parados estarían encantados de tener un trabajo, a tiempo parcial y mal pagado, por supuesto, que les permitiera tener unos euros en el bolsillo para pagar la luz y el agua. Y para comer, si acaso. Sin exigencias, claro, y con otra reforma de por medio para hacer los contratos “más flexibles”, que en la lengua de estos próceres del empresariado español es trabajar más por menos y sin derecho a despido. Si puede ser, como autónomo falso, corriendo de tu cuenta seguros y permisos.
           ¡Pobrecillos! Su desgracia ha conmovido los duros corazones de los hombres de negocios, que están dispuestos a echarles una mano. Como el señorito de Gabriel y Galán, “Tú te quedas luego/guardando las vacas,/y a la noche te vas y las dejas.../¡San Antonio bendito las guarda!.../Y a tu madre a la noche le dices/que vaya a mi casa,/porque ya eres grande/y te quiero aumentar la soldada”.
           Y es que los tiempos adelantan que es una barbaridad.

jueves, 23 de abril de 2015

Desde Macondo. NOVELAS EJEMPLARES

Sin abandonar Macondo, que me acoge amoroso aún en los peores momentos, me interno en otros territorios de ficción-realidad, que para eso es hoy el Día del Libro y nobleza obliga a reconocer méritos y buenos ratos a Don Miguel de Cervantes y a William Shakespeare. Y por aquello de que la pérfida Albión nos queda más lejos, y mi ADN está impregnado de la tierra roja de La Mancha, de horizontes de molinos (que talmente parecen gigantes agitando los brazos) y de muchas tinajas a la redonda, será hoy el genial manco quien visite este espacio, saltando siglos, distancias y diferencias, que, a fin de cuentas, no son tantas.
         Había pensado yo hoy, por no despegarme de la realidad patria, dedicar esta columna a recomendar lecturas a nuestros insignes gobernantes y otros personajes y personajillos que se han instalado en nuestras vidas y no hay forma de echarlos. Vamos, que me veía ya en plan maestrona mandando leer libros de moral, de ética, hasta de geografía y de historia. Y de ortografía, que falta les hacen a algunos. Pero como siempre, yo propongo y mi cabeza dispone. Novelas Ejemplares. La “otra” obra de Cervantes, magníficas y ensombrecidas por el libro de libros, por El Quijote.
         Me he acordado de repente de esa España que aún seguía recibiendo los dones del Imperio, que por supuesto no llegaban al pueblo; de la España de la Iglesia rancia, del honor y la patria, tan alejada de otros países en los que la reforma y la incipiente burguesía empezaban a cambiar las cosas. Aquí florecían los pícaros, Rinconete y Cortadillo y el Patio de Monipodio, con sus ladrones “para servir a Dios y a usted”, y la sesuda explicación del titular del lugar, “que no sólo las prostitutas y demás gente del hampa están al servicio de la sociedad secreta que él preside; también pertenecen a ella los pilares de la sociedad visible: los procuradores, los alguaciles, los verdugos, los escribanos o notarios y hasta los ciudadanos decentes”. Huelga la explicación, aunque más de uno debiera echar un vistazo a la novelita.
         Y ya de paso, no vendría mal acercarse al Licenciado Vidriera, loco en su sabiduría y olvidado e ignorado en la cordura. O al Coloquio de los Perros, que pasan las noches arreglando el mundo, quejándose de los amos y contándose sus tretas para sobrevivir. O La Ilustre Fregona, y La Gitanilla, rescatada de una vida miserable tras descubrirse su origen noble.
         Con todas las reservas, no es tan distinta esta España de la que se relata en alguna de las novelas de Cervantes. Es la lucha por sobrevivir, desde la locura o la cordura, sin caballeros andantes y con pícaros que han cambiado de signo, ya no son los pobres los que roban a los ricos, son éstos los que recetan austeridad mientras se sientan a comer en mesas bien repletas. Se han vuelto las tornas y ahora los pícaros son los poderosos (léase poder político o económico) y las víctimas, nosotros.
         En el Patio de Monipodio del siglo XXI no se sientan ya “ladrones, mendigos, falsos mutilados, supuestos estudiantes y prostitutas”. Alrededor del pozo, junto a las frescas macetas de albahaca toman el fresco banqueros con sueldos millonarios, después de haber engañado con preferentes y otras artimañas a miles de personas; ex políticos que ocupan sillones en empresas que ellos mismos han “externalizado”, que es el eufemismo para decir privatización; se sientan quienes aplauden una reforma laboral que les permite despedir a miles de trabajadores para “deslocalizar” su producción, es decir, para llevar las fábricas a Marruecos o la India.. Eso sí, después de ocultar sus millones en Suiza y de recomendarnos trabajar como chinos.
         Son los que piden sacrificios y dan lecciones de cómo salir de la crisis (ellos), mientras hunden en la miseria a todo un país, los que van en coches oficiales y niegan transporte escolar y ambulancias, porque aumentan el déficit. Los que permiten desgarradores desahucios y acumulan inmuebles; los que niegan subsidios a los desempleados y se colocan dietas inmorales para aumentar su saldo a fin de mes.
         Los nuevos protagonistas de las Novelas Ejemplares.

miércoles, 15 de abril de 2015

Desde Macondo. LOS OTROS

Que me perdone la comparación Doña Concha Piquer, que se dejaba el alma al interpretarla; o Marifé de Triana, que también la cantó divinamente, pero escuchando a Rajoy hablar de las “personas normales” me vino a esta cabecita loca de inmediato la letra del formidable dramón de Quintero, León y Quiroga: “Yo soy la otra, la otra/y a nada tengo derecho,/por que no llevo un anillo, con una fecha por dentro./No tengo ley que me abone,/ni puerta donde llamar,/y me alimento a escondidas/con tus besos y tu pan”.
         Pues nada, que soy de “los otros”, y encantada  de  pertenecer al grupo de seres humanos  raritos, de los que están en contra de la ley mordaza, a favor de la escuela pública, gratuita, y laica, de la sanidad pública y de calidad, en contra de que se desahucie a las personas; de la pobreza, y del hambre, del 21% del IVA cultural; a favor de la solidaridad y en contra de los abusos de empresas y mercados, del neoliberalismo salvaje y de la desigualdad creciente. Encantada de no ser normal. De ser “la otra”.
         E indignada porque alguien se permita echarme la bronca por querer otra cosa, por intentar salirme de la linde, porque pongan en cuestión mi amor por el país y mis aspiraciones de querer cambiar el negro panorama. De que califiquen de “experimentos” todo lo que no sea apostar por lo mismo sin rechistar. Claro que hacen falta experimentos. Los seres humanos, incluidos los raros, necesitan buscar horizontes cuando se topan con una realidad que los excluye, cuando los “normales” los dejan a un lado y se ocupan de su propia normalidad, que debe ser muy cómoda cuando se aferran a ella con uñas y dientes.
         Nadie tiene derecho, por muy presidente que sea, a relegarlos al pelotón de los torpes, de los que hay que llevar del ramal para que no se desvíen del camino. Ahora resulta que todo lo que no sea ellos es un castigo divino, que lo dijo la número 2, “Cuando los dioses quieren castigar a un pueblo les envían reyes jóvenes”. Qué lección de democracia. Hay que votar normales, maduros, que prediquen determinada doctrina, que hagan las cosas como Dios manda…
         O sufriremos castigo divino por los siglos de los siglos. Retrocederemos, no podrán pagarse las pensiones, los sufrimientos habrán sido en vano (bastante en vano lo están siendo), el futuro estará más negro que los pies de Cristo, nos invadirán las hordas rojas, o naranjas o moradas o magentas (bueno, éstas lo tienen más crudo), y la “normalidad” pasará a ser una mera referencia en el diccionario, “lo que por su naturaleza se ajusta a unas normas fijadas de antemano”.
         Sigue sonando la copla,  Con tal que vivas tranquilo, que importa que yo me muera,/te quiero siendo la otra,/como la que más te quiera”. Y a mí me siguen gustando los versos sueltos.
 

miércoles, 8 de abril de 2015

Desde Macondo. LENGUA DE SIGNOS

Por razones familiares, conozco el lenguaje de signos. No todo lo bien que debería y me gustaría. Siempre me ha fascinado ver la velocidad a la que se mueven las manos cuando dos personas privadas del habla y del oído se comunican.
       Las manos, como palomas blancas, suben y bajan, se abren y se cierran, trazan círculos en el aire, se posan en el pecho, en la cabeza, en los ojos, en los labios…Dicen alegría, tristeza, miedo o cariño. Preguntan por tu salud y cuentan cómo les ha ido en casa, en el trabajo, en el viaje. Se mueven y no hay silencio aunque no se oiga nada.
      Viene esto a cuento de la macro reunión del Partido Popular hace un par de días. Seiscientos bocas cerradas. Seiscientos pares de manos que sólo se usaron para aplaudir. Y silencio. Mientras seguía la intervención vía plasma observaba las manos de los presentes. Sobre el regazo, brazos cruzados en algún caso, dedos entrelazados, en los bolsillos o hurgando en los bolsos.
       Y se me ocurría que, sin romper la consigna de silencio absoluto podrían llevarse el índice al mentón para preguntar; podrían decir, con los puños cerrados hacia arriba, que no todo es economía, o podrían ponerse dos dedos en el cuello para hablar del agobio de los ciudadanos; o trazar un círculo entrelazados para hablar de solidaridad, o formar una “o” con los pulgares y los índices subiendo y bajando para pedir justicia; o referirse a la desigualdad con las palmas abiertas hacia abajo, simulando una balanza.
       Los seiscientos pares de manos quietas tendrían que preguntar por el hambre, frotando el estómago, por el desempleo, cruzando los brazos sobre los hombros con los pulgares hacia arriba; por la pobreza, pasando una mano por el brazo contrario; por la situación de los jóvenes, girando los dedos cerrados, o de los niños, agitando el pulgar. Y acariciarse el pecho para traer de vuelta el bienestar.
       Ni un signo. Sólo aplausos y para oyentes, que en el lenguaje de señas se giran las manos abiertas para aplaudir. Como estatuas, codo flexionado y puño cerrado y calladitos, dedo índice sobre los labios. Mil doscientas manos como alas rotas, sin comunicar y sin comunicarnos.
       Triste imagen de unidad, de mensaje único sin mención alguna a los que no pueden compartir su alegría-manos abiertas arriba y abajo-porque ni atisban la recuperación que venden, el falso-pulgar hacia la izquierda-mensaje del fin de la crisis (“S” trazada en el aire).
       Cien años de soledad y seis generaciones de Buendías fueron precisos para descifrar los papeles de Melquiades, escritos en sánscrito. Nosotros andamos todavía intentando comprender el lenguaje de las manos quietas.
      Ninguna va hacia la mejilla para expresar vergüenza, ni junta los dos índices para hablar de igualdad, ni se separa del cuerpo para decir futuro.

jueves, 2 de abril de 2015

Desde Macondo. UN MUNDO INEVITABLE

Curiosa la imagen que ha puesto fin a la reunión del Foro Social celebrada en un Túnez aún en shock por el atentado del Museo del Bardo. Una multitudinaria manifestación en la que caminaban juntos marroquíes y  bereberes argelinos ataviados con sus trajes tradicionales, saharauis de amplias sonrisas y tunecinos que gritaban en favor de la libertad, palestinos buscando tierra, activistas de docenas de países pidiendo justicia para los presos políticos de la mayor parte de los países del mundo, respeto por los derechos humanos  o clamando contra el calentamiento global, y hasta iraquíes que reivindicaban la figura de Sadam Husein.
En cuatro días y en un pequeño país que lucha por conservar su primavera,  se han reunido casi todas las causas del planeta con un lema más que ilustrativo: “Otro Mundo es Inevitable”. Hemos pasado del “posible”, que puede ser o suceder, al inevitable. Al que ya no se puede esquivar, llegados a este punto de insufrible desigualdad e injusticia. De la tiranía del dinero, los mercados financieros, las bolsas, las grandes empresas carentes de ética y de alma que son las que dictan las políticas y esquilman los recursos naturales, las que fijan los salarios, condenando a la pobreza o a la mera subsistencia a millones de personas, las que ponen y quitan gobiernos creándonos la ilusión óptica de que nosotros decidimos.

En Macondo nunca pasaba nada. Hasta que llegaron ellos, la Compañía Bananera. Y todo cambió, hasta el paisaje, porque abrieron bancos, construyeron barracones y hasta cambiaron el río de sitio. Ya no mandaba el corregidor, ni sus soldados descalzos. Ni tan siquiera era cuestión de conservadores o liberales. Llegó el capital, y desde entonces, fue él quien  detentó el poder político y económico. Nos suena la historia, y nos seguirá sonando.  No hay voluntad popular que pueda ponerle freno, no hay Constitución que valga. Ni años de derechos consolidados, ni vidas enteras de trabajo.
Es necesario llegar a ese otro mundo inevitable.  Yo no he elegido al señor capital, o Mercado o como se llame para que me gobierne. No le debo lealtad, ni tan siquiera respeto. Me quedo con la gente clamando en las calles sin resignarse a esperar sentada a que acabe el diluvio y con la clara conciencia de que no escampará.
Hemos esperado demasiado tiempo a ese otro mundo posible que nos prometían, y que ahora ya es inevitable, si no queremos desaparecer, como Macondo, en un pavoroso torbellino de polvo y viento.