Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Desde Macondo. DE OTOÑOS Y PATRIARCAS


Sigo en Macondo, aunque haya cambiado de libro. No sé por qué esta estación triste y los últimos acontecimientos en la vida pública me han llevado a pensar en Zacarías, el dictador retratado por García Márquez en una de sus novelas más duras y más reales. El Otoño del Patriarca nos cuenta la vida y milagros-la muerte también- de un hombre cualquiera, de hecho, su nombre sólo se menciona una vez en todo el libro, que no conoció la tranquilidad, el amor, las relaciones humanas, los sentimientos más normales entre personas.
      Toda su vida, hasta que la muerte lo encontró solo y sin insignias, fue una continua zozobra para conservar el poder. A costa de amantes, de amigos, de compañeros, de su propio país ¡Si hasta vendió el mar a los gringos! Y convirtió a su madre en santa, momento en que dejó también de ser suya.
      Pues eso, que el melancólico otoño de cielos grises y suelos ocres, además de llevarme al recuerdo me trae a la más desoladora actualidad. Al todo vale, a la perversa confusión entre política y poder que tanto sufrimiento de cuerpo y alma está causando en nuestros días. Ya estábamos asumiendo las privaciones materiales como algo inevitable, con él “es lo que hay”, y sobrellevando los días como buenamente podemos. Hemos hecho coletilla del “todos son iguales y “los políticos van a lo suyo”. Y a fuerza de repetirlo lo hemos asumido, casi sin pensar en el significado real.
      Pero el vaso no se llena nunca. Siempre cabe una gota más, otro punto de desesperanza. Un otoño más frío y más gris, que ha empañado la noticia de la retirada de la reforma del aborto e incluso la dimisión de Gallardón, uno de los peores ministros de nuestra historia reciente.
      Y que nos vuelve a enemistar con  el mundo, con ese mundo en el que no importan los principios, equivocados o no, en el que tampoco valen nada las personas, ni sus alegrías, ni sus miserias, si no son herramientas utilizables para llegar al poder. En el que la primavera de unos es el eterno otoño de otros, en el que unos cuantos, encerrados en el círculo de tiza del coronel Buendía impiden que nos acerquemos a la esperanza, a la ilusión, a la confianza.
      La imagen del coronel en su círculo y la del patriarca aferrado al poder durante más de cien años, lleva  martilleándome todos estos días. Nuestros políticos se han trazado una burbuja no de tres metros, de tres mil años luz, y desde ahí dirigen nuestros destinos. Sin despeinarse. Ahora toca  no aparecer, ahora toca cambiar el nombre de las cosas, ahora toca engañar, o esconderse, o  mirar para otro lado, o sembrar incertidumbres, o ponerlo todo perdido de miedos. O reírse de nosotros, sin más.
      Y fuera del círculo, en otoño perpetuo, los parados, las personas angustiadas, angustiadas, ese 30 por ciento de familias que viven bajo el umbral de la pobreza, los padres que no podrán pagar la matrícula de sus hijos, los enfermos que no saben si tendrán cama en el hospital recortado,  los hipotecados y futuros desahuciados, los jóvenes que buscan país al que emigrar o los maestros que se quedan sin niños a los que enseñar.
      Bendición se llamaba la madre del Patriarca. Me acabo de acordar. La nombraron patrona del país. Y su hijo fue aún más poderoso.
 



jueves, 18 de septiembre de 2014

Desde Macondo. EL PESO DE LA PÚRPURA


No tengo yo el tono muy claro. Sé que es una mezcla de violeta, rojo oscuro, morado… En fin, el color púrpura, que tampoco aparece mucho en las colecciones de moda, ni siquiera en las de otoño-invierno. También me consta que la púrpura pesa y, sobre todo, que tiene peso.

      Es el color de los más altos dignatarios de la Iglesia, cardenales y obispos que aspiran a serlo, y sólo tienen por encima el blanco luminoso del Papa, que está por encima del bien y del mal.

      He leído por alguna parte que el color púrpura siempre se ha asociado al poder por lo costoso que en la antigüedad era conseguir el tinte, sacado al parecer de un raro caracol difícil de conseguir. Desde muchos siglos antes de Cristo, la ropa púrpura se reservaba a altos dignatarios. Incluso se castigaba a quien osase vestirla sin tener el rango adecuado. El color de los poderosos.

      Y así seguimos. Ahora, a cuenta de la reforma de la Ley del Aborto. Los purpurados ya han dejado oír su voz. Hay que cumplir las promesas electorales, y ésta era una. Curioso que no hayan dicho nada de las subidas del IVA, de la no rebaja de impuestos, del no rebasar las “líneas rojas” de la educación y la sanidad, de cargarse la atención a dependientes… Todo promesas electorales también, pero al parecer sin peso suficiente como para sacar a relucir el peso de su color.

      Se va a incumplir una promesa electoral, y se ha armado el Belén. Ahora llegará el  llanto y crujir de dientes. No sé si podré soportar otra vez las imágenes de obispos, curas y monjas, y unas docenas de familias numerosas, detrás de las pancartas. Que además de pintoresco y anacrónico, es muy fuerte.

      No sé si va a pesar más la púrpura que los votos. Menudo dilema tiene el Gobierno católico, apostólico y romano, justo cuando está negociando que el Papa venga a presidir los fastos por Santa Teresa. Y a pocos meses de unas elecciones, que es lo que cuenta porque, como ya he relatado más arriba, los purpurados no son tantos, aunque conduzcan su rebaño con maestría y hagan mucho ruido.

      Seguro que no es éste el color del otoño que Rajoy y sus chicos hubieran elegido. Ellos siguen empeñados en el verde de los brotes, y se les cuela el morado cardenal en los desfiles. Siento curiosidad por saber cómo están viendo el tema desde otros países, en los que el peso de la púrpura es el que tiene que ser. Por Constitución.

      Yo me quedo con el cura de Macondo, el padre Nicanor, que tenía el don de la levitación e iba de casa en casa ofreciendo su espectáculo para recaudar fondos. Mucho más normal, dónde va a parar. Y no vestía de púrpura.

 

jueves, 11 de septiembre de 2014

Desde Macondo. "EL DÍA"


No pensaríais que dada la coincidencia de la publicación de estas humildes líneas con el 11-S, iba a sustraerme de hablar del Día en Cataluña. Aunque sólo sea por hacer un sano ejercicio de liberación, de desintoxicación, y porque no voy a ser yo la única que no haga una sesuda columna sobre el tema.
      Y mira que la fecha da para mucho. Podría hablar del atentado de las torres gemelas, o del suicidio de Allende y el inicio de la larga noche de Chile en manos de Pinochet. Hasta podría recordar al gran Bola de Nieve, que nació tal día como hoy. Y a Carlos Puebla, el de “Hasta siempre, comandante”, que puso música al Ché y también vino al mundo en esta fecha. Por no mencionar otros “días nacionales”, aunque sean vírgenes y santos los que los copan. Ahí está la Pilarica, Santiago Matamoros, Guadalupe y muchos más, que no es cuestión de revisar el santoral
      Pero toca hablar de Diada, curiosamente con la vista puesta en otro punto del calendario, en noviembre. No sé si habrá muchos catalanes que recuerden que en este día se conmemora la caída de Barcelona a manos de tropas borbónicas; y que durante años, la única celebración (también prohibida), era un oficio fúnebre en la catedral para rememorar tan triste momento y añorar los fueros perdidos.
      Una celebración más, como el Día de Extremadura o el de Castilla-La Mancha, que tantos “propios” han aportado a la grandeza de Cataluña. Me gustan más las sumas que las restas, pero tampoco me aferro a quedarme con nada a toda costa, que eso da malos resultados y todos tenemos alguna experiencia en este sentido.
      Bien cierto es que en este mundo global, con sus luces y sus sombras, es más conveniente ser más y que, por otra parte, siempre se ha dicho que la unión hace la fuerza y que el enfrentamiento no es solución. Pero hemos juntado el pan con las ganas de comer, la intransigencia de unos con el afán de protagonismo de otros, sazonado todo con las ansias de poder.
      Y de esta mezcla extraña ha salido el cóctel más explosivo: La Diada 2014. Hoy será todo cifras. El número de policías, el de manifestantes, los metros de la V, los porcentajes de separatistas o no…
      Confieso que me aburre el tema, que casi paso de largo las páginas con el cintillo de “desafío separatista” con que nos obsequian todos los días desde hace meses los periódicos.
      Y pienso asistir al espectáculo desde Macondo, donde no existían los años ni los meses ni los días, y el calendario lo marcaba la llegada de los gitanos, cuando el pueblo salía de su siesta eterna para asombrarse con los inventos del mundo, para interrumpir el tiempo circular y hacer un paréntesis en el camino a la fatalidad.

 

jueves, 4 de septiembre de 2014

Desde Macondo. LA REGENERACIÓN


A este paso, vamos a tener que crear una Academia de la Lengua paralela para que nuestros gobernantes tengan su sillón, en mayúsculas o minúsculas, editen su propio diccionario y hasta su manual de estilo. Hay que ver qué manía les ha dado por pervertir el lenguaje, por cambiar el significado de los términos, por llevar las definiciones a su terreno, sin preocuparse de echar un vistazo a los textos oficiales. Y reales.

      Tengo ya una amplia lista de “palabros” del llamado neolenguaje liberal, pero no hay día en que no tenga que apuntar alguna más.  Cuando ya son de uso común (a la fuerza ahorcan), cosas como crecimiento negativo para decir que vamos p’atrás,  o reformas por recorte,  o aumento del empleo en lugar de precariedad, o sostenimiento del estado de bienestar para hablar de menos médicos y hachazos a los dependientes, o “no rescate” hemos entregado miles de millones a los bancos, deciden que aún pueden seguir atentando contra la semántica, y destrozando palabras muy dignas que siempre han significado lo mismo. Hasta ahora.

      Vamos con la “regeneración”. Debería haber un mandamiento, el 11, que prohibiera pronunciar determinados términos en vano. Bajo pena de infierno. Regenerar, según el diccionario de verdad, el de la Real Academia, es “dar nuevo ser a algo que degeneró, restablecerlo o mejorarlo”. Y regeneración es la “reconstrucción que hace un organismo vivo  de sus partes perdidas o dañadas”. Bien dañada, y perdida, tenemos la democracia.

      Y eso no se arregla con un lifting de urgencia a cuatro días de las elecciones. Mucho menos con una capa de maquillaje, por espeso que sea.  Prometer que se va a reducir hasta el infinito y más allá el número de aforados, sabiendo que hacen falta meses, cuando no años, cambios en la sacrosanta Constitución y en los estatutos de autonomía, es pronunciar en vano el término regeneración.

      Hablar de una reforma de la ley electoral que sólo les beneficia a ellos y con la que nadie está de acuerdo, también es pecado capital. Hablar de cambiar los criterios sobre indultos, cuando han perdonado delitos imposibles, también merece el infierno. Y hacer todo esto por sus narices, saltándose leyes, consensos, acuerdos y voluntades, más todavía.

      Les han entrado las prisas de última hora, el arreón del vago, pero no se puede regenerar nada cuando has amputado previamente los miembros. Desde la desigualdad, la prepotencia, las leyes aprobadas por decreto y porque yo lo valgo, la pobreza creciente, las injusticias, la ley mordaza, la reforma laboral para ricos, el aforamiento exprés de la familia real hace cuatro días y unos cuantos ejemplos más que no me caben, no se puede hablar de regeneración y pretender que sea palabra de Dios.

      Dar una manita de pintura a lo que está más negro que los pies de Cristo no es solución. Será lo que, ya que estoy con temas religiosos,  Jesús llamó "sepulcros blanqueados"  aparentemente limpios pero podridos por dentro.

      Aunque lo llamen regeneración.