Para
no confundirme ni dar lugar a malas interpretaciones, siempre que acudo al
diccionario lo hago al oficial, al de la Real Academia Española. Siempre lo he
tenido muy a mano, pero en los últimos tiempos, entre tanta neolengua y giros
torticeros para ocultar las verdades, se ha convertido en libro de cabecera.
Por eso, cuando anunciaron a bombo y platillo la bajada del IVA para las obras
de arte, me fui inmediatamente a la búsqueda y captura del término.
Arte:
Manifestación
de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y
desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos,
lingüísticos o sonoros. Y me dije, ya está, han recapacitado. O les ha
iluminado San Lope de Vega, San Beethoven o San Cervantes. O San Almodóvar.
Vamos, que podremos de nuevo ir al teatro, a un concierto o al cine sin tener
que dejar de comer una semana.
Pero bien lo dice el refrán, poco
dura la alegría en la casa del pobre. Ya me extrañaba a mí que, acto seguido, la
vicepresidenta hablara de transacciones, marchantes… Y es que resulta que en su
diccionario no hablan de manifestación sonora o lingüística. Sólo pintura, y
creo que también escultura. Como si estuvieran los tiempos para comprar
cuadros. Mis tiempos, por supuesto, que ellos parece que viven en el
feudalismo.
En un país con bibliotecas
cerradas, que son muy caras de mantener, ya lo han dicho una docena de
mandamases, con orquestas silenciadas o recortadas hasta el infinito, con teatros vacíos, cerrando cines cada semana, lo importante es que las transacciones de las obras de arte sean más baratas. Para que podamos colgar un Picasso en el cuarto de baño, o hacer dudosas operaciones, como la señora Bárcenas.
Vuelvo al diccionario y busco Cultura. Conjunto de conocimientos que
permiten a alguien desarrollar su juicio crítico. Ahí lo tenéis. Bien clarito.
Con la tele atontándonos, los libros, el teatro y la música fuera de nuestro
alcance, en unos añitos… Se acabó el juicio crítico, que lo primero es comer.
El IVA sigue al
21 por ciento para todas las artes, salvo para la pintura. Claro que nos quedan
los Museos, pero no es lo mismo. Y desde Macondo se me ocurre que ojala todos
los beneficiados por la compraventa de cuadros (no conozco a ninguno), sufran
las peores manifestaciones del síndrome de Stendhal, ya sabéis, las
taquicardias, vértigo, confusión y temblores que se producen cuando el
individuo es expuesto a obras de arte particularmente bellas.
Y los que
legislan para beneficiarlos, también.