Pensamientos, ideas, palabras que engulle la arena en el mismo instante en que se han escrito

jueves, 28 de noviembre de 2013

Desde Macondo. INSTRUMENTOS DESAFINADOS

No sé quien tuvo la diabólica idea de llamar concertinas a las cuchillas que siegan como hoces las ansias de futuro de los inmigrantes subsaharianos. Tal vez alguien que quiso dejar claro que en este concierto de instrumentos desafinados en que se ha convertido nuestro día a día, la única música que nos es dado escuchar es el llanto y el lamento.
       Sea como sea, hay cierta maldad subyacente en el nombre. El concertino es, sin duda, el violín que mejor suena en una orquesta, el primero, el encargado de ejecutar los solos más brillantes. En femenino, se llama concertina a una especie de acordeón de forma hexagonal u octogonal. Algo así como el bandoneón que acompañaba a Gardel. En uno y otro caso, sea del género que sea, nada que ver con dolor, sangre y destrucción. Salvo que hayan cogido el término por los pelos y lo asocien a réquiem, que muertos también hemos tenido.
       Los directores de esta orquesta inhumana y cruel nos han cambiado la letra y la música. Y hasta los instrumentos. No hay en su partitura notas para la solidaridad, el respeto, la compasión, la melodía esperanzadora que te transporta a un mundo mejor o que, al menos te aleja temporalmente de éste. La batuta ha mutado en sable o en tijeras. Y todos los instrumentos están desafinados. Tocan en su propia clave, a su compás. Sin armonía que valga.
       No se puede asistir pasivamente a este concierto en el que todo suena mal. Y mucho menos aplaudir, decir eso de que las cuchillas (me niego a llamarlas concertinas), sólo causan lesiones leves, o enfrascarse en polémicas por quién las puso primero. Hay que acallarlas ya. Impedir que sigan sonando y mostrar el más absoluto desprecio por la batuta que las sigue dirigiendo. Igual hasta disfrutan con los gritos de dolor, como otros disfrutamos de una sinfonía de Beethoven o una ópera de Verdi.
       En el Mundo Feliz de Huxley, la música iba asociada a sentimientos placenteros, a evasión. Y también eso nos han quitado. Creo que nunca más disfrutaré de un concierto, de un solo de violín, o del fascinante sonido del bandoneón interpretando un tango sin escuchar de fondo los gritos desgarradores de quienes sienten en sus carnes el sonido de esos instrumentos diabólicos. Sin acordarme de los dedos amputados o los jirones de piel colgando de espaldas sangrantes...
       Y siempre será un concierto de instrumentos desafinados.
 

jueves, 21 de noviembre de 2013

Desde Macondo. POBRES ENERGÉTICOS

La crisis nos está obligando a escribir a toda prisa un nuevo diccionario. Cada día nos despertamos con un nuevo término que, a poco de nacer, se hace habitual y se incorpora a nuestro vocabulario cotidiano, como si siempre hubiera estado ahí. Ahora que llega el frío, que los tejados amanecen blancos, la escarcha es la reina de las madrugadas y el hielo dueño y señor de las noches, en los periódicos, en las tertulias y en los sesudos análisis desde platós calentitos, revolotea una de estas nuevas adquisiciones: La pobreza energética.
      Y una piensa que es casi una redundancia. El diccionario de siempre, el de la RAE, dice que pobreza es la cualidad de pobre. Y pobre es el que no tiene lo necesario para vivir. Sin matizar si es vivir sin comer, sin medicinas o congelado. Pobres y ya está. Sin apellidos.
      
       Nos advierten sobre la pobreza energética. Cáritas y Cruz Roja hablan de millones de españoles que no pueden calentar sus casas, de aumento de enfermedades y de mortalidad a causa del frío. De ancianos y de niños como víctimas de esta nueva pobreza. De mantas y velas y de braseros de picón, con el consiguiente peligro de intoxicaciones por humo.
       Es el momento del escalofrío, porque yo ya he visto esto. Nunca he tenido sabañones, pero he visto manos y pies, y orejas, cuarteadas y moradas por el frío. He dormido aplastada por el peso de un montón de mantas y he conocido, que no usado, los famosos calentadores de cama. Y la lumbre, que no tenía nada de mágica o de romántica cuando te retirabas medio metro de ella.
       No había otra cosa entonces. Tampoco medios, seguramente. Pero en las casas de pueblo, y hasta la llegada de las estufas de butano, no se conocía otra forma de calentarse. Y no eras pobre por eso. Simplemente era invierno y se buscaban las formas de combatir el frío. Era la prehistoria, y ha vuelto.
 
       Lo de ahora es distinto. Se han creado, artificialmente y para provecho de unos pocos, varios millones de pobres energéticos. En sólo un par de años la luz ha subido un cuarenta por ciento, el mismo porcentaje en que han bajado los salarios. Y el gas y el butano, ni os cuento. Por si a alguien se le ocurre hacer el cocido a fuego lento, como toda la vida. La última ocurrencia es penalizar a quienes usen energías alternativas, poner impuestos al sol. Han encontrado un nuevo infierno, sin llamas pero con hielo, al que arrojar a los nuevos pobres, que están condenados a ver, hasta que llegue el verano, cómo el frío se instala en sus huesos mientras los pingüinos se pasean impunemente por su casa.  

jueves, 14 de noviembre de 2013

Desde Macondo. MUJERES DE ANTAÑO

Definitivamente, mi reino no es de este mundo. Que no, que estoy demodé, que todo me suena a chino, a otro momento que no es el mío. Estoy harta del “hija, eso era antes”, de valores que no entiendo. No soy egoísta, no me sale mirar hacia otro lado, no creo que los ricos deban ser más ricos y los pobres más pobres; ni que todos hayamos nacido desiguales, ni que no sea posible un mundo mejor.
       Ni siquiera soy rubia y con mechas, que es lo que se lleva entre las poderosas. He tenido la desgracia de nacer morena, aunque no creáis, que tentaciones de teñirme a ver si me iba mejor, he tenido, porque la carne es débil.
       Para colmo, tampoco soy sumisa. Vengo de otra época. Soy una mujer antigua, una mujer de antaño. De esos tiempos en los que te contaban que el hombre y la mujer son iguales en derechos y deberes, que no hay amo sino compañero, que los hijos son de dos, y a ambos corresponde cuidarlos y educarlos. Y que mi inteligencia y mis capacidades no sólo pueden ser iguales, sino hasta superiores a las de cualquier varón.
       No creáis que me entero ahora de que estoy fuera de plano. Ya lo sospechaba. En los últimos meses, un ministro, el de Agricultura, comparó a las mujeres con los regadíos. Hay que tratarlos con cuidado, porque le pueden perder a uno. Luego llegó la inefable ministra de sanidad contando eso de que la falta de varón no es problema médico, para hurtar la reproducción asistida a las lesbianas. Después, la feliz idea de sacar de la lista de maltratadas a las mujeres que no requirieran hospitalización, vamos, que sólo se hubieran llevado unos empujones o un par de bofetadas. Y la guinda, el ministro empeñado en retrasar tres décadas la ley del aborto, que  aseguraba que “La maternidad es la que hace a las mujeres auténticamente mujeres”. Horror, no soy madre.
       Y empecé a tomar conciencia, después de muchas décadas conviviendo conmigo misma de que  igual no soy una mujer auténtica, al menos en este mundo. Aquí estoy, más falsa que un duro de madera, intentando ver cómo afronto el resto de mis días. A ver qué demonios hago con mis más de trescientos pares de pendientes (todos bisutería), y con las barras de labios, y las sombras de ojos, y los tacones (pocos), y con la lencería "íntima", por usar un lenguaje apropiado. Y con las cremas, que son carísimas, no las voy a tirar. Bueno, bueno, qué lío ¿Quien va a fregar ahora en mi casa? ¿Y a planchar o poner la lavadora? Son tareas propias de mi sexo y mi condición femenina, pero si ahora la he perdido (la condición, digo)...
       Y en esas estamos. Son otros tiempos. No son los míos. Es verdad que todos sabemos que primero Dios creo el cielo y la tierra, y luego el hombre, y los animales, y ya, si eso, hizo a la mujer. Pero creíamos que era una metáfora, algo de los libros de Historia sagrada, no de verdad.
       La crisis ha golpeado mucho más fuerte a las mujeres, volviendo a encerrarlas en casa, porque el escaso trabajo es para los hombres. Y los recortes y la muerte de la Ley de Dependencia, las ha enviado de vuelta a cuidar a los abuelos o a los hijos con problemas. Y calladitas, que la mujer ha de obedecer siempre y no pensar nunca.
       Mientras tanto, mientras se exalta a la mujer sumisa, sigue creciendo la violencia de género. Dos muertes más esta misma semana. Setecientas en una década.
       Y a una le da gana de exiliarse para siempre en Macondo, donde todas las mujeres tienen su espacio.. Úrsula dirige con mano de hierro a siete generaciones de Buendías; la exuberante Petra es la fecundidad; Santa Sofía de la Piedad sólo existe en el momento preciso; la lánguida Eréndira cumple a la perfección su papel de prostituta, y su abuela desalmada amasa una fortuna con ella. Y Amaranta muere virgen, y Remedios asciende a los cielos tras haber llevado a la muerte a todo varón que la pretendiera. Felices o desgraciadas. Acompañadas o eternamente solas.
       En su mundo y en su tiempo..

jueves, 7 de noviembre de 2013

Desde Macondo. EL BOE

No está entre mis lecturas favoritas, y mira que yo leo casi todo lo que cae en mis manos. Me abruman todas esas letras apretadas bajo epígrafes de órdenes, decretos, resoluciones, disposiciones… Y sin una sola ilustración que dé un respiro a la vista y al entendimiento. Sí estudie en su momento los antecedentes, en la Gaceta de Madrid, a finales del XIX, cuando se vio la necesidad de contar con un soporte en el que publicar leyes, sentencias y toda la información oficial.
       A partir de ahí, mis contactos con el BOE han sido contados, y siempre por razones profesionales, aunque tengo que confesar que al inicio de la era de los recortes en que nos encontramos sumidos, solía mirarlo los sábados para ver qué nos habían ocultado del Consejo de Ministros del día anterior. Y hasta llegué a hacer algún descubrimiento.
       Pero el BOE, con todo lo aburrido que es, ha vuelto a ser noticia. Cierto que el papel lo soporta todo, hasta las mayores felonías. Y nuestro boletín oficial, grapadito, aséptico, con líneas apretadas, encima de las mesas de organismos oficiales, despachos de abogados y en la red, por supuesto, sigue siendo refugio de puñaladas traperas y de verdades a medias.
       Un joven estudiante alertó al mundo de la supresión de las becas Erasmus. No sé qué haría un chaval de 20 años leyendo semejante ladrillo un sábado por la mañana. Pero lo hizo, y seguro que habrá convencido a más de uno que, por el momento, nos conviene estar atentos al órgano de difusión de las noticias oficiales (uno de ellos, claro). Y sin dejar de lado las publicaciones de las distintas comunidades autónomas y las instituciones provinciales, que también dan alguna sorpresa que otra.
       No se me ocurre mayor felonía (termino definido por la Academia como fechoría, infidelidad, traición), que intentar engañar a los ciudadanos publicando en letra pequeña y sin publicidad asuntos que les atañen directamente, que les van a cambiar no sólo el bolsillo sino la vida. Y quedarse tan anchos. Te quito la beca. Lo avisé en el BOE.
       Seguro que también andarán por ahí, entre las líneas del boletín, la orden que autoriza a poner cuchillas en las vallas anti-inmigrantes, y la reducción del subsidio por desempleo, y otro montón de cosas de las que nos enteraremos cuando nos toque. De alguna ya nos hemos enterado.
       En nuestro Macondo particular, el BOE se ha convertido en los papeles de Melquiades, que además estaban escritos en sanscrito y en pergamino. Fueron precisas seis generaciones de Buendías y un siglo para descifrarlos. Cien años de soledad para enterarse de que la ciudad de los espejos sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres.
 

martes, 5 de noviembre de 2013

ERASMO

No sé de quien fue la idea de bautizar con el nombre del humanista holandés el programa de movilidad de estudiantes en el espacio europeo. En cualquier caso, una idea acertada, como la de usar el nombre de Sócrates para otro proyecto educativo, o adoptar la Oda a la Alegría de Schiller, poeta de la libertad, con música de Beethoven como himno oficial. O poner estrellitas en una bandera con fondo azul en el universo del viejo continente. O llamar euro a la moneda de nuestros dolores.
       Sea como sea, había que empezar a construir, y qué mejor que hacerlo, en el terreno de la educación, de la mano “del primer europeo consciente de serlo”, como lo definió Zweig.  Erasmo de Rotterdam, el “erasmus” de las becas, representó en su momento la tolerancia, la curiosidad, la inquietud por llegar a todos, la libertad de pensamiento…
       Todo lo que, trasladado al tiempo presente, hace al hombre más rico (de espíritu), más plural, más abierto de mente, más sociable. Y más europeo. Miles de jóvenes en los últimos años han tenido oportunidad de conocer otras culturas, otra forma de pensar, de vivir, de relacionarse, de mirar al futuro, de ampliar los horizontes que, de otra forma, terminarían en su ciudad o en otra situada a unos pocos kilómetros de distancia.
       Lo que antes hacían los favorecidos por la fortuna, estudiar en un internado suizo o en una prestigiosa universidad británica, o hacer un máster en América, ha estado, por obra y gracia de las erasmus, al alcance de todos. La historia siempre se repite, tozudamente, pasen los siglos que pasen. Erasmo era hijo ilegítimo de un sacerdote y una sirvienta. Nunca le sobró el dinero, pero fue capaz de extender sus ideas por toda Europa. Hasta que lo censuraron, quemaron sus libros e intentaron borrar su memoria de la faz del continente.
       Y vuelve a repetirse la historia. Cual moderno Torquemada (lo de moderno es un eufemismo), el ministro de Educación, que me da grima hasta nombrarlo, decidido cerrar el grifo. Así, cuando el curso está empezado y las ilusiones en marcha progresan adecuadamente. Erigiéndose en Dios, como Zeus en el mito clásico, ha raptado a Europa quitándosela a miles de jóvenes de hoy y de mañana. Ya no será una mujer pública; reservará sus encantos para el club de selectos que puedan permitirse su compañía. Porque la rectificación, que tanto le ha costado no es tal. Sólo vale para este curso y si antes no tiene otra ocurrencia. Erasmo sigue en el corredor de la muerte.
       Europa está hoy más lejos de nosotros. Seguirá habiendo estudiantes erasmus. Seguro, pero tal vez habría que cambiar el nombre al programa. Erasmo lo haría, sin duda alguna.
 

sábado, 2 de noviembre de 2013

DONDE HABITA EL OLVIDO



Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios. Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista. (Luís Cernuda)



Tomo prestados los versos de Cernuda, quien a su vez se inspiró en Bécquer ("donde habite el olvido, allí estará mi tumba), para hablar de cementerios, de esos lugares que siempre producen en mí sentimientos encontrados, entre temor antiguo, curiosidad, respeto, deseo irrefrenable de pasear leyendo las inscripciones de las lapidas... Y de salir huyendo.
      No me gusta visitar el cementerio en el Día de Difuntos. Ni tan siquiera aquel que guarda grabados en piedra los nombres de los seres queridos que habitan en mi memoria. Me abruman los afanes de gentes colocando margaritas aquejadas de gigantismo-crisantemos-y esas horribles crestas moradas y granates. Me agobian, aunque respeto, los ires y venires de quienes en este día limpian afanosamente el cristal de la foto, la cruz dorada y el mármol que ha soportado estoicamente, sin ayuda, las lluvias del invierno, el polvo del verano. El barro de todo un año.
      Y sin embargo, los cementerios, todos, de cualquier confesión, en cualquier lugar, tienen algo que atrae. Conviven en ellos el más imponente mausoleo  con la tumba sin lápida, sólo de tierra; el mármol suntuoso con el ladrillo proletario.
      He visitado muchos cementerios en distintas partes del mundo. Hay diferentes formas de entender las relaciones con los muertos, de honrarlos, de tenerlos presente. Hace muchos años, en una ciudad de mayoría musulmana, cuando mostré mi extrañeza por encontrar cementerios en pleno centro, rodeados de viviendas, me contestaron :"Ustedes alejan a sus muertos, nosotros, convivimos con ellos". Algo parecido me sucedió al conocer la Ciudad de los Muertos, en El Cairo, donde un número indeterminado de personas, un millón se dice, han levantado sus infraviviendas entre las tumbas, usándolas, con todo respeto, como mesa de comedor y hasta lugar para tender el colchón. En La Ciudad de los Muertos, que puede verse en la fotografía,  hay mercado, y buzón de correos, y hasta se ha habilitado una escuela.
      No hay lugar para el olvido. Tampoco en el cementerio de Colón, en Cuba, con semáforos, paradas de autobuses escolares y plenamente integrado en el centro urbano. Y de una belleza sobrecogedora, en medio del bullicio.
      A estas horas, ya se habrá hecho el silencio en los cementerios. Ha pasado el día de Difuntos y vuelve a reinar el olvido.
      Mientras nuestros muertos siguen habitando en la memoria.

DONDE HABITA EL OLVIDO



Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios. Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista. (Luís Cernuda)



Tomo prestados los versos de Cernuda, quien a su vez se inspiró en Bécquer ("donde habite el olvido, allí estará mi tumba), para hablar de cementerios, de esos lugares que siempre producen en mí sentimientos encontrados, entre temor antiguo, curiosidad, respeto, deseo irrefrenable de pasear leyendo las inscripciones de las lapidas... Y de salir huyendo.
      No me gusta visitar el cementerio en el Día de Difuntos. Ni tan siquiera aquel que guarda grabados en piedra los nombres de los seres queridos que habitan en mi memoria. Me abruman los afanes de gentes colocando margaritas aquejadas de gigantismo-crisantemos-y esas horribles crestas moradas y granates. Me agobian, aunque respeto, los ires y venires de quienes en este día limpian afanosamente el cristal de la foto, la cruz dorada y el mármol que ha soportado estoicamente, sin ayuda, las lluvias del invierno, el polvo del verano. El barro de todo un año.
      Y sin embargo, los cementerios, todos, de cualquier confesión, en cualquier lugar, tienen algo que atrae. Conviven en ellos el más imponente mausoleo  con la tumba sin lápida, sólo de tierra; el mármol suntuoso con el ladrillo proletario.
      He visitado muchos cementerios en distintas partes del mundo. Hay diferentes formas de entender las relaciones con los muertos, de honrarlos, de tenerlos presente. Hace muchos años, en una ciudad de mayoría musulmana, cuando mostré mi extrañeza por encontrar cementerios en pleno centro, rodeados de viviendas, me contestaron :"Ustedes alejan a sus muertos, nosotros, convivimos con ellos". Algo parecido me sucedió al conocer la Ciudad de los Muertos, en El Cairo, donde un número indeterminado de personas, un millón se dice, han levantado sus infraviviendas entre las tumbas, usándolas, con todo respeto, como mesa de comedor y hasta lugar para tender el colchón. En La Ciudad de los Muertos, que puede verse en la fotografía,  hay mercado, y buzón de correos, y hasta se ha habilitado una escuela.
      No hay lugar para el olvido. Tampoco en el cementerio de Colón, en Cuba, con semáforos, paradas de autobuses escolares y plenamente integrado en el centro urbano. Y de una belleza sobrecogedora, en medio del bullicio.
      A estas horas, ya se habrá hecho el silencio en los cementerios. Ha pasado el día de Difuntos y vuelve a reinar el olvido.
      Mientras nuestros muertos siguen habitando en la memoria.